martes, 21 de septiembre de 2010

Para conocernos un poco

(Continuación de la entrevista con Milcíades Arévalo)

- En la Feria del Libro, en el stand de Sociedad de la Imaginación, por ejemplo, no se venden muchos libros que digamos. Entre nos, ese stand es de la Cámara Colombiana del Libro, pero me lo dan a mi para que le reciba los libros a aquellos autores que publican su obra por cuenta y riesgo, pero yo de alguna manera intercambio o regalo libros a la lata, o hago relaciones publicas entre los escritores; les ayudo a los que vienen de Montelíbano y otros de Fonseca y otros más allá de Arauca. Como nadie los conoce, procuro que entren en el redil y siempre encuentren en la Feria del Libro una mano amable, una palabra sincera, o un libro.
- ¿Cómo fueron esos años rodeado de novias?
- No eran tantas. Al fin de cuentas uno es demasiado soñador, idealista y ante todo poeta, que es lo mismo. Aunque a decir verdad, hace ya varios años -no como ahora- los poetas no eran tan idealistas, trabajaban, sufrían, amaban, hacían grandes realizaciones. Por ejemplo, hoy ningún poeta tiene una fábrica de baldosines como Silva o como tantos otros escritores de Boyacá o Santander o inclusive Antioquia. Hoy los poetas son prácticamente una masa amorfa que no tienen dónde caer muertos porque aprendieron a que ser holgazanes era ser poetas. Pero conocí a muchos que trabajaban verdaderamente, como el caso de Jaime Jaramillo Escobar que vivía trabajando hasta muy tarde todas las noches. Naturalmente hablo de los que conozco, de los que verdaderamente trabajaban.
- Pero…tú también fuiste multifacético…
- Yo trabaje 13 años en un banco, 6 años en una agencia de publicidad, pero también hice instalaciones eléctricas en la Feria del Libro, vendí libros, tuve una librería en la Costa, cargué racimos de guineos en el muelle. Los poetas que hoy veo, andan con un librito debajo del brazo, esperando que alguien les de un desayuno. Claro que como te digo, no todos son así ¡Y no conozco a todos los poetas, ni más faltaba! Pero te respondo la pregunta anterior sobre las mujeres que siempre me rodearon. Estuve en su compañía, compartí sus sueños, les di alas a su imaginación, les desperté los instintos dormidos y muchas de ellas terminaron siendo unas auténticas fieras. Mi primera novia se llamaba Cielo, era un “cielote” de colita de caballo, rubia y alta como una palmera. Fue con la primera que tuve sexo y de la manera mas extraña, en un baño, contra un espejo. Después conocí a Argénida, una turca de ojos negros, reidora, sensual, feliz. Fumaba “calillas” (“calillas” son tabacos delgaditos que fuman las mujeres de la Costa con la candela dentro de la boca). Vivimos un año. Ella fue la que me quemó la biblioteca, de libro en libro... Yo tenía en aquel entonces una biblioteca muy grande y vivía en Barranquilla, pero estaba sin trabajo y salía a cargar guineo en el puerto. Un día, al regresar, la encontré quemando los libros y todo porque no teníamos gas ni petróleo y ella se puso a hacer arroz y para que no se apagara la candela; entonces la atizaba con libros de la mejor calidad, los más gruesos, que eran los que producían más calor. Después conocí a Azaria, una “sardina” que quería ser poeta, pero se casó con un señor y se fue a vivir a Puerto Rico. Conocí a Orietta a quien amé desde el primer momento, cuando tenia 14 años; me mostró sus poemas y me gustaron tanto, que le publiqué tres libros (Fuego Secreto, El Vampiro Esperado, Memoria de los Espejos) y cuando fue famosa nos convertimos en simples amigos. También estaba Mónica, con la que tuve una casa de cristal; Luz Ángela y Bertha, que eran compañeras de trabajo en el banco. La primera se quedaba acompañándome y cuando terminábamos la jornada, hacíamos el amor en un sillón de la gerencia. Cosa rara: casi a ninguna les gustaba ni la poesía, ni los cuentos. Por ejemplo: con la mujer de mis hijos nunca me entendí porque ella siempre consideró vulgares mis libros y los libros de mi biblioteca. Por eso digo que en esto del amor, hay cosas lindas y bellas, como también amargas y patéticas. Naturalmente que este es un inventario a medias. Sería mucho más extenso todo este repertorio del amor en el que yo he sido el único que ha llevado la peor parte porque he tenido que pagarlo muy caro, y todavía lo estoy pagando. El amor solo me dejó soledad. Y por eso trato de escribir en mis cuentos cuan intenso fue ese amor o esos amores, que no son imaginarios, sino que tienen una realidad, que yo vi crecer y morir.
- ¿Por qué esa “manía” de regalar libros?
- Me gusta regalar libros porque todo el tiempo no tengo para comprar flores. Sencillo, pero también si vamos al grano, yo te conté que en mi casa no había libros cuando yo nací ni mucho menos después. Mi padre era completamente analfabeto, pero era práctico en todo. Construyó la escuela donde yo hice mis primeras letras, y luego hizo un viaducto en el Ferrocarril del Nordeste, que iba de Bogotá a Belencito, entablilló bestias y hombres, trabajo en las minas de sal, constructor en diferentes empresas y también boyero en una hacienda. Mi madre era ama de casa, pero tenía tiempo para hacerlo todo. Fue la que me enseñó a leer y a valerme de todo, aunque nada teníamos. Quedé huérfano a los 6 años. Debido a eso, mi padre lo único que le importó fue ponerme en la escuela que él mismo había construido, pero en la escuela tampoco había libros. Y mucho más tarde cuando yo fui a vivir a Zipaquirá donde un hermano, tampoco había libros en su casa, ni mucho menos cuando vine a vivir a Bogotá. Mi hermano Haroldo apenas tenía unos cuantos libros, nada más.
- ¿Te han regalado libros?
- Sí. Muchos. En la casa de inquilinos donde yo viví en el Barrio Santa Fe, frente a la casa de León de Greiff, recuerdo que un chico que era checoslovaco, un día que fui a visitarlo porque estaba enfermo, me regaló el primer libro: América de Kafka. Ese día supe que la mejor las amistades importantes se construían con libros. Luego, Teresita, la hija de doña Tera, dueña de la pensión donde yo vivía, tenía entre sus más preciados tesoros La sembradora de lascivias que ella misma se había ido a comprarlo a San Victorino para mí. Cuando me lo pillaron, me lo quemaron. Por eso siempre me gustó comprar libros, para leerlos y después regalarlos. Sobre todo porque yo quería tener grandes amistades con gente que le gustara la literatura. Un día tú me diste una significativa cantidad de libros con la leyenda “Donación de Libros y Letras”; esos libros fueron a parar a otras bibliotecas del país que yo mismo regalé. Actualmente tengo como 5 cajas de libros para enviarlos a una Biblioteca de Valledupar, regalados. A muchos escritores y poetas cuando llegaban a mi casa (o mejor) cuando se iban, se llevan un libro que yo les he regalado. Cuando yo vivía en la Costa, en Barranquilla, tenía como 10 mil libros, muchos de los cuales quemó mi primera compañera, de la que antes te hablé y los otros, poco a poco los fui regalando. A Raúl Gómez yo le enviaba cantidades de libros a Ceretè y lo mismo hice con Soad Louis Lacka, y con Orietta y con Guillermo Martínez y Robinson Quintero, y en fin, a tanta gente que le he regalado libros, que si no los quemaron o si no los vendieron o si no los regalaron, deben estar en sus bibliotecas. También he tenido sorpresas. Una vez me invitaron a la Localidad de San Cristóbal a dictar una charla y yo les regalé libros míos con autógrafos incluidos, y después los encontré en la Carrera 7ª, en los puestos callejeros y tuve que comprarlos a 5 mil pesos cada uno. Eso debe suceder con frecuenta porque yo he encontrado libros en la calle dedicados a Roca, libros de otros amigos dedicados a Elisa Mújica y otras grandes figuras y yo claro, los compro por unos cuantos pesos. O como me sucedió una vez, por allá en la edición No. 7 de Puesto de Combate que salí a vender frente al Teatro Jorge Eliécer Gaitán y venía un señor de barbas y le ofrecí la revista y orondamente me dijo: “No, gracias. Yo no te la compro porque Milciades me la manda gratis”. Como te digo, yo regalo libros porque durante toda mi vida he tenido sed de lectura y porque quiero que otros también vibren y sueñen y escriban como los grandes escritores.
- ¿Cómo fue la experiencia de trabajar en un banco mientras los libros esperaban a ser leídos?
- Trabajar en un banco no fue ningún problema, ni con los libros, ni con la vida, ni con las muchachas bonitas, ni mucho menos con las feas. Yo trabajé 15 años con un banco y ocupé los cargos de Jefe de Departamento de Información Comercial, Revisoría, Secretaría, Gerencia y finalmente me echaron porque ya no había más cargos para mi, ni yo era un experto financiero, ni mucho menos un relacionista público. Llegó una época en que los Gerentes y Secretarios debíamos ir de casa en casa, de oficina en oficina, buscando clientes, y la verdad es que yo si iba a buscar clientes pero casi siempre terminábamos hablando de libros, de mujeres o borrachos. Cuando comencé a trabajar en ese banco, para el florecimiento de esa empresa tuvo que ver mucho el narcotráfico, aunque hoy se laven las manos los dueños. Desde allí se enviaban cantidades de dinero para Tumaco, Riohacha, Santa Marta, Barranquilla y Cartagena. Oír esa época lo que se daba en dinero era la “marimba” y para esos estaban los bancos, para lavar dinero, especialmente mi banco. No me sorprendió que un día un personaje de esos saliera en televisión con un parche en un ojo. Supe toda la vida que él había sido un pirata disfrazado de ejecutivo. Para matizar el ambiente te diré que los nadaistas también se metían mucho en eso de ser “mulas” y llevaban droga a los EUA... Recuerdo que a Elmo Valencia lo detuvieron en Panamá con su mujercita y otras “mulas” y estuvo pagando cana en EUA como 10 años. Yo le ayudé a abrir una cuenta en mi banco, sin ninguna referencia. Mucha de la plata tenía, pero como estaba preso en EUA, la mujer la fue sacando de a poquito y desapareció.
- Pero hay una parte humana de tu trabajo en el banco…
- El banco era un mundo que se agitaba constantemente. Yo no sé si tu te acuerdas que antes los bancos no tenían la seguridad de ahora. A mí me atracaron en la oficina del barrio 7 de Agosto y hubo como 5 muertos esa vez y yo, como siempre, salí ileso. Cuando algún cuento mío salía en El Tiempo, desde el gerente para abajo me preguntaban quién me lo había escrito, pero poco a poco se fueron dando cuenta que yo era escritor, que yo podía escribir sobre sus vida y me fueron ascendiendo en sus relaciones personales. Ya no era el pequeño empleado, el anónimo empleado que le miraba las tetas a la secretaria del gerente sino un escritor. Por eso me dieron permiso muchas veces para ir a Cuba, a Santo Domingo, España, Panamá y París. Yo conocí todas esas ciudades gracias a los permisos que me dio el banco, aunque, cómo es la vida, nunca me dieron viáticos. Había gente muy chévere, pero también había gente perversa. La gente chévere por ejemplo, nos invitaba a Cali, donde estuve junto con Daniel Samper Pizano dictando charlas sobre periodismo y todo porque el banco tenía un periódico, El cuadre, y allí, aunque nadie escribiera, escribía. Generalmente todo eso lo redactaba y lo corregía yo. Es más: a varios escritores los contrataron gracias a gestiones mías, no para que escribieran historias sino para que les enseñaran redacción y ortografía a las secretarias y en general a todo el personal. También la plástica se beneficio mucho allí porque muchos pintores fueron beneficiados ya que el banco se dio cuenta que tener una pinacoteca era importante y me contactaron para que yo ubicara pintores y a muchos de ellos les compraron cuadros. Desgraciadamente lo que el banco nunca compró fue libros. Sin embargo, cuando yo salía del banco por la noche, me reunía con Juan Manuel Roca y otros poetas en la cafetería Monteblanco, en la Calle 17 con Carrera 7ª. Allí nos emborrachábamos, bebíamos hasta las madrugadas, lo mismo con Evelio Rosero y otros escritores que hoy no parecen ser de este mundo. Y digo eso porque yo los conocí mucho cuando nadie sabía de ellos, cuando nadie daba un centavo por ellos. Cuando la gente del banco se dio cuenta que yo escribía, lo que más rabia les daba no era que yo apareciera en los periódicos de vez en cuando y que ellos no podían hacer lo mismo. Esa gente de los bancos, la mayoría de empleados son pequeño burgueses que quieren tenerlo todo y no les importa a quién tengan que enlodar para que los asciendan.
- ¿Hubo gente así?
- Si y eso sucedió con uno de mis jefes quien le dio por hablar pestes de mí, a decir que yo me la pasaba escribiendo y comenzó a pasarme memorandos, hasta que se rebosó la copa y me retiré dignamente en 1987, para ser exactos. Son muchas las historias que yo podría contarte…Perdona mi tristeza como decía César Vallejo.
- ¿Qué pasó con Cielo, Orietta, Bertha?...
- Todas las mujeres que han pasado por mi vida, algunas han hecho cosas célebres y otras no tanto. La primera de ellas fue Amalia, cuando yo era niño. A ella le gustaba bañarse desnuda en un río que pasaba cerca de mi casa y que era tan cristalino y puro como en ninguna otra parte del mundo. Un día fui con ella al Cruce de los Vientos a traer agua bendita para su mamá y como era un día de mucho calor, ella decidió bañarse en la pila del agua bendita el pelo, la cara, el cuello y el pecho, pero llegó el cura Ruperto y la pilló haciendo esas cosas y la sacó de la iglesia a fuete. Ella, en todo caso, con el tiempo se casó con un señor muy importante de la vereda y tuvo muchos hijos y todos fueron modelos. Modelo en el hogar, en el colegio, en la familia. A Sofía la conocí en Zipaquirá cuando yo estudiaba en el Colegio Nacional. Ella era de lo más linda, pero su papá era el matón del pueblo y lo único que hizo cuando ella cumplió 18 años, fue casarla con el chico más rico del pueblo. Fue una historia muy hermosa porque en esa época yo era acólito y entraba a todas las casas del pueblo. Y de tanto entrar en la casa de Sofi, un día me descubrió todos sus secretos. Inclusive yo fui el acólito cuando ella se casó. Después me vine a Bogotá a estudiar y conocí a Teresita, a Cielo, a Amparo, Argénida. A todas ellas las describo bastante bien en El oficio de la adoración.
- ¿Siempre han sido ellas protagonistas de tus libros?
- En casi todos mis libros he descrito mis amores, las mujeres que amé, la que significaron algo en mi vida. Si me preguntas por Orietta, para mí es la que mejor escribe poesía erótica, y creo que en Colombia, ninguna, ninguna poeta llega a las alturas que ella toca, porque es única. Lástima que este país de devoradores y antropófagos casi nadie se de cuenta de lo que ha sido Orietta en la poesía colombiana. Marcela, otra de mis novias, tú la conociste en la Feria del Libro, fue casi un sueño para mí, porque desde que leyó El Oficio de la Adoración en 1988, se enamoró de mí y sólo tuvo ocasión de decírmelo en 1995, cuando cumplió 20 años. Ella terminó siendo una actriz famosa. 20 años me parece la edad más hermosa de la vida, inclusive ella ilustró con su cuerpo varias portadas de Puesto de Combate. Y en mi libro Manzanitas verdes al desayuno, la portada la ilustra mi más reciente amor: Angélica. Y curiosamente tiene 20 años y estudia periodismo en la Central.
- ¿Cómo fue la vida de El Cuadre?
- El Cuadre era un periódico de Bienestar Social del Banco; allí hacíamos una especie de periodismo cultural y social como toda empresa. Teníamos corresponsales en todas las ciudades y cada sucursal enviaba sus artículos. Yo me encargaba de redactarlos para que se vieran un poco más literarios sin perder la esencia social, cultural y deportiva. Con las demás oficinas hacíamos una especie de campeonato y yo me encargaba de hacerles la corrección de estilo. Inclusive una vez fuimos con Daniel Samper Pizano a Cali y estuvimos como 5 días. Él nos dictaba charlas sobre periodismo y de paso sacaba a darle solecito a su mujer. Yo me encargaba de tomar las fotos; siempre he tomado fotos, tanto de las actividades sociales como de las deportivas. Además de eso, muchas veces y durante varios años participé en los campeonatos de caminatas, atletismo y otras actividades. Todo eso sucedió mientras duré en el banco y mientras me duraron las ganas, las cuales me fueron quitadas por Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo y Héctor Rojas Herazo.
- ¿Qué sucedió?
- Una vez que salimos de “El Cisne”, nos fuimos a llevar a una amiga a La Soledad. Y pasando por debajo del puente de la Calle 26 con Avenida Caracas, se nos varó el carro. Dijeron que era gasolina y yo me bajé a tanquear, con tan mala suerte que asomó un carro por debajo del puente y ¡tras! La gasolina salio volando y yo quede empapado, con una pierna en las costillas, vuelto polvo... Recuerdo que entre todos me llevaron a la Clínica San Pedro Claver y allí estuve como dos años enyesado. Hay un cuento que se llama “Juegos de azar”, en Manzanitas Verdes para el desayuno que relata esa cosa y cómo sufrí, tanto, que hasta fui perdiendo a la mujer (claro que ella nunca ha sido mi mujer porque si lo fuera, hoy viviríamos en un idilio. Ella vive en Girardot y yo aquí en Bogotá trotando, dándole vueltas al mundo). En todo caso, El Cuadre siguió funcionando, y como no había más cargos para mí, me iban a mandar a trabajar en la revista Credencial, pero como debía renunciar al Banco, preferí retirarme del banco y también de la revista. Eso fue en 1987.
- Pero haz trabajado en muchos lugares…
- En cantidad de cosas, como de electricista en la Feria Internacional de Bogota, vendedor de libros en la Feria del Libro, corrector, publicista, fui director de arte en Publicidad Sancho, donde tenía que corregirle los textos a los creativos. Allí trabajé 6 años. También fui Asesor Cultural de la Casa de la Cultura de Montería. También monté una obra con el Teatro Taller de Colombia “El jardín subterráneo”; y con el grupo nos fuimos a recorrer Europa. Presentamos mi obra en toda España, y también en las Baleares, en Palma de Mallorca y en las calles de París. Mi vida ha sido un viaje, un cuento, una novela, algo fantástico, aunque claro, con miles de privaciones, pero pienso que eso es la vida, un “cuento narrado por un idiota” como dijo Hamlet.
- Cuéntame cómo era la vida en “El Cisne”…
- Cuando yo conocí Bogota, era una ciudad luminosa, la gente se amaba de una manera tan romántica que me parecía que estaba en otro país y no en Bogotá. Poco a poco el cielo se fue oscureciendo y la gente de por sí, se volvió hipócrita y pecadora. En 1957, yo salía todas las tardes a recorrer la Séptima y podía ver toda esa belleza, ese sol esplendoroso cayendo sobre la ciudad. Las muchachas usaban las faldas largas, los señores con sombrero y paraguas y hasta bufanda. No parecían de este mundo ni de Bogotá tampoco. Existían los griles, los cafés, las tabernas, los arrabales. Los arrabales estaban fuera del perímetro de mi visión, pero en esos paseos por la Séptima uno podía ver a toda Colombia, conociendo esa ciudad de humo en la que por sus calles transitaban los troles y unos buses antidiluvianos. Había muy pocos “gamines”, no había tantas rejas como hoy. Los almacenes del centro mantenían la luz encendida hasta altas horas de la noche y en las vitrinas se exhibían las modas de París o de Londres o de Fontibón, pero en todo caso, había vitrinas repletas de cosas. Las calles de por sí, estaban iluminadas, tan iluminadas que uno podía pasear por la Séptima hasta después de ver la última película, es decir, había matiné, vespertina y noche. Los cafés, que eran donde se reunían los poetas como “El Automático” o “El barco”, que quedaba frente, “El Club Lester”, todo eso tenía tanta vida, que a uno le daban ganas de pasear toda la noche en sitios como esos. También existían los restaurantes italianos, entre ellos “El Cisne”, que era un lugar donde vendían pastas y vinos y allí estaba toda esa gente que escribía, más exactamente los nuevos, es decir, los “Nadaistas”, los que querían sobresalir con un poema, los escritores que comenzaban, los ya consagradas, todos ellos querían estar en “El Cisne”, compartiendo una cerveza, una pasta o un tinto. Era divertido y alegre ese mundo. Quedaba donde hoy está el edificio Colpatria. Por todo ese sector abundaban los toreros, los poetas, los vagos, los gamines, las vampiresas de la incipiente televisión colombiana como Rebeca López, Lida Zamora y Alberto Granados, todos ellos pasaron alguna vez por allí. La “Terraza Pasteur” existía, pero no era un sitio importante como lo es hoy. Cuando inauguraron ese edificio tan espantoso, el lugar se volvió insufrible pues solamente se reúnen los marihuaneros y ladrones que pululan por la Séptima.
- ¿Allí conociste a Gonzalo Arango?
- Si, lo conocí un poco más, porque yo lo había conocido en Santa Marta. Estuve varias veces con Gonzalo Arango, con Javier Arango Ferrer, con Héctor Rojas Herazo y con mi compadre Jaime Jaramillo Escobar; también se la pasaban allí Jaime Osorio y Jorge Bejarano que hacían cine o hacían los primeros pinitos para hacer cine. No íbamos todos los días. Yo por esa época- y hablo de 1968, 69 y 70-, era empleado del Banco. A la salida me reunía con Jaime y con otros poetas, buenos unos y malos otros. Yo pasaba desapercibido, porque sencillamente era Milciades Arévalo, un empleado de banco. Siempre han desdeñado a los empleados de los bancos porque creen que ellos no leen, ni respiran, ni sueñan, sin embargo no era así. Ya para entonces yo había escrito varios cuentos en El Espectador, gracias a Guillermo Cano, que fue quien primero publicó una obra de teatro: “Bajo la Luna todos los muertos son iguales”. En el Magazín Dominical de El Espectador me destacó como un Nuevo Autor Dramático, porque siempre he escrito sobre teatro y lo que primero me publicaron fue un texto dramático en un acto. Después, cuando comenzaron a construir las Torres del Parque, “El Cisne” comenzó a decaer y todos los escritores y hippies del momento comenzaron a trasladarse a la Calle 60. Allí fundaron un periódico, mejor dicho, José Manuel V, fundó un periódico Olvídate, pero fue en La Calle, detrás del Hotel Hilton, donde propiamente comenzó a reunirse el hipismo revuelto con nadaísmo. Allí tenían todo lo que uno quisiera: droga en cantidad suficiente para alcanzar las estrellas. “La Maga” tenía un aeropuerto espacial donde todas las noches aterrizaban los ovnis que rasgaban el cielo bogotano. Pero eso también se acabó porque comenzó la policía a rondar muy de cerca el sitio y fue así como esos lugares emblemáticos, donde alguna vez se gestó la literatura colombiana, se fueron acabando de a poquitos.
- ¿Nostalgia del antes, hoy?
- Mucha. Hoy no sé dónde se reúne esa casta de escritores y poetas. Yo, por mi parte, siempre ando solo de un lugar a otro. A veces me los encuentro por la calle y nos saludamos con un simple “¡hola!”, que más sabe a nostalgia que a amistad. En los años sesenta, la amistad era más linda, porque primaban la literatura, el conocimiento de autores, nos estábamos empapando el alma con Borges, con Rimbaud, con Sartre y otros autores. Podría decir que todo eso quedó convertido en nostalgia.
- En esos años ¿eras absolutamente feliz?
- Yo no sabría decirte si era feliz o no. Nunca he experimentado sensaciones de felicidad pasajera, ni de felicidad mensual, ni de felicidad anual; considero que durante toda la vida he sido eternamente feliz. Nunca, por ningún motivo me dejé vencer por la envidia o el deseo de tener más. Me he conformado con tener lo necesario para vivir y lo necesario para mí ha sido el aire que respiro, el agua que bebo, los labios que beso, la mujer que me ama, los amigos que tengo, mi imaginación, la que cultivo diariamente, los paisajes que veo durante mis viajes, los asombros de mis amigos, la sonrisa de un niño, la ternura que me despiertan los animales, el perfume de una flor, los colores del día, la lluvia. Todo el mundo detesta la lluvia, yo no. Hasta escribí un libro llamado Inventario de invierno, porque amo la lluvia, su caída sobre mi rostro, sobre el cabello de una mujer, sobre el cuerpo de una mujer. Me pasaría toda la vida viendo llover, no como Isabel en Macondo sino como yo, ver caer las gotas del techo de mi casa y las evocaciones que eso me da. Pero también he sido feliz a la orilla de un río, un día caluroso y ardiente de esos ríos que yo conocí en el trópico donde yo mismo parecía una barca abandonada a sus orillas. La felicidad es también escribir sin medida. Yo escribo mucho, corrijo demasiado, pero casi nunca publico. Mis primeros contactos con la literatura fueron las cartas. Desde Fernando González, Gonzalo Arango y Jaime Jaramillo, hasta las cartas de Henry Miller, todos esos escritores que han escrito cartas me han fascinado y todo porque al fin de cuentas lo que uno busca como escritor es un único lector. No millones de lectores sino uno solo. Y cuando uno escribe una carta, es para una sola persona, para un solo lector. Así pienso cuando escribo un cuento, pienso que escribo para un solo lector. Desafortunadamente hay muchos libros que al fin de cuentas nadie lee, y hay muchas cartas que uno escribe al viento. Claro que todas estas cosas las digo a toda velocidad como para ahorrar tiempo en la cabina de Internet, pero algún día me sentaré tranquilamente a escribir. Pienso que la vida me alcanzará para todo porque yo voy a vivir eternamente. Con decirte que este año también voy a tener stand en la Feria del Libro. Muchos me han dicho que deje de hacer esas cosas, que esas cosas son para chinos, no para mí, que este año cumpliré 67 años, pero no, no voy a dejar de hacerlo porque entonces mi vida no tendría sentido.
- ¿Cuál ha sido tu mayor tristeza?
- La vida de todos los hombres es un conjunto de tristezas y alegrías. Si hiciera un balance, podría decir que el fiel de la balanza se quedaría en pleno centro. He sido feliz todas las veces de la vida. Y todas las veces no quiere decir por un momento sino siempre. Pero también he tenido tristezas, desengaños, frustraciones, todas las cosas que padecen los hombres y las mujeres que habitan esta ciudad, este país, este mundo. Cuando yo fui niño, sufrí muchas tristezas. La primera de todas fue la de haber nacido en un hogar pobre, pero totalmente pobre, en la que no había nada para comer; en un hogar donde éramos arrendatarios de una mala persona que un día nos quemó la casa para que saliéramos de allí, no porque nos fuéramos a apropiar de la tierra, sino por pura maldad. Nos quemó la casa y tuvimos que quedarnos mirando cómo el incendio iba apañando todas las cosas... Fue algo triste y conmovedor. Eran tiempos de Violencia, eran días del 9 de Abril y las chusmas enceguecidas querían arrasarlo todo. Por eso ardió mi casa y la cosecha de maíz que mi padre había sembrado, ¡Todo! Después nos tocó seguir dando vueltas por el Cruce de los Vientos y por esos días se murió mi madre a quien yo consideraba mejor que la Virgen de Fátima. Por ella escribí un cuento muy lindo que se llama “Ella no volvió”, que inclusive ganó un premio y que hace parte de mi libro Inventario de Invierno. Después de eso, yo no sé cuántas veces he estado triste, porque son incontables las veces. También estuve triste la vez que no me dejaron entrar al circo en el Parque de la Independencia porque no tenía para la boleta y tuve que hacerme pasar por hijo de otro señor para que me dejaran entrar. Estuve triste cuando Argénida, la mujer que yo tenía en Barranquilla, me quemó la biblioteca. Estuve triste cuando quemaron el Palacio de Justicia, porque toda la noche oí el bombardeo y además, porque mis hijos también lo oyeron toda la noche, dado que nosotros vivimos a unos pasos, en el barrio La Candelaria. Estuve triste cuando a Cielo la operaron de la apendicitis y ella guardó el pedazo de tripa varios días en un frasquito; a mi me parecía que ese pedazo de tripa era parte de su alma. Me sentí desgraciado y triste cuando supe que mi hija Iohanna sufría de lupus herimatoso y diabetes y eso no lo arreglaría ninguna medicina.
- ¿Y tu esposa?
- Nunca le han gustado mis historias eróticas que escribo, siempre dice que son las historias de las mujeres con las que me acuesto. La verdad es que eso es falso. Hay historias que me sucedieron, es cierto, pero como padre, se que he sido el mejor padre del mundo y que he preferido antes que nada ser padre que escritor. En eso me diferencio del resto. Para mi la literatura no es más que alimento para el espíritu porque eso no da para vivir, pero qué grandes sueños se tienen a través de ella.
- Pero hay mucha tristeza en tu alma…
- Sí. Es verdad. Y fíjate que otra de mis tristezas es que nunca he podido conseguir un patrocinio para publicar mis libros y tampoco la revista, tanto así que hoy lo único que pido es una ayuda que me permita llegar al No. 80, y al menos publicar dos o tres libros que tengo inéditos. Con solo eso podría quitarme la tristeza de encima. ¿Qué más podría decirte de mis tristezas? La verdad es que la tristeza de mi vida no cabe en este mundo y también digo de la felicidad. Mi felicidad no cabe en el mundo, porque he amado todo lo imposible y tal vez eso es mejor que haber escrito miles de libros.
- ¿Qué hechos del hombre te han puesto a reflexionar?
- No se si te pueda responder bien la pregunta que me haces, porque hechos hay muchos, muchísimos que me han dolido, que me duelen, que son como una herida que nunca cicatriza. Por ejemplo, la violencia que el país ha padecido durante todas las épocas, durante todos los años es un hecho que no he podido olvidar. A mí la violencia no me ha golpeado como para estar quejándome todos los días (a no ser como cuando le quemaron la casa a mi papá y tuvimos que quedarnos toda la noche viendo como ardían las pocas cosas que teníamos), pero he sido testigo de una violencia tan radical y tremenda como la que ha padecido Colombia desde sus inicios, más particularmente a partir de la Guerra de los Mil Días. Recientemente y también porque mi abuela era muy conversadora conmigo, me puse a leer cuantos libros se han escrito sobre esta guerra y supe que no fue una verdadera guerra sino simplemente una matanza en la que no se combatía por ningún ideal sino por un trapo rojo y otro azul. Se daban garrote, patadas, pedradas, cuchillo, con lo que fuera con tal de que el otro cayera muerto. Perdimos Panamá y perdimos el sentido de nuestra historia donde los únicos ganadores fueron los más pudientes, que de alguna manera acrecentaron tanto su poder económico como político. Otro hecho que me sacudió fue el 9 de Abril donde prácticamente se acabó la República y comenzaron a aparecer en el campo las bandas de “chulavitas” y asesinos de todos los colores, y que más tarde dio como consecuencia la creación de las guerrilla comunista, que en ese entonces luchaba por un ideal, pero después apareció la coca y todos los principios se desquiciaron , y comenzaron a aparecer los narcotraficantes, los capos y los paramilitares que prácticamente querían acabar no solo con el nido de la perra sino con el país, casi al amparo de las autoridades tanto civiles como militares. Hoy Colombia parece más un cementerio, que un país posible.
- ¿Y lo sucedido en el Palacio de Justicia?
- Sí, me afectó mucho la toma del Palacio, debido a varios factores, entre ellos porque yo vivo a casi tres cuadra de él y durante toda la noche oí los cañonazos, las balas, el color de la muerte y a causa de eso, mi hija Iohanna, cada vez que oye algún estruendo, comienza a temblar, no de miedo, sino porque su sistema nervioso colapsó. Por ahí tengo un cuento que se llama precisamente “En nombre de la democracia”, que refiere ese suceso.
- ¿Y en plano cultural qué te ha puesto a pensar?
- Lo mas sobresaliente fue el Premio Nobel a García Márquez. Me alegré enormemente, que uno de los escritores colombianos se ganara semejante premio, y a la vez, porque la literatura colombiana despertó de su adormecimiento. Ya no eran los “piedracielistas”, ni los poetas acostumbrados a hacer versos transparentes como si fueran seres intocables, sino que la literatura se volvió humana, Se podía tocar. Uno podía ver a los escritores, oírlos hablar, conversar con ellos sin tanta sacralidad ni solemnidad como se hacía antes. Eso sirvió para que en los pueblos y ciudades de la provincia también surgieran poetas y escritores con otras posturas, con otros sueños y con otra manera de ver el mundo. Otro hecho importante es naturalmente la comunicación, que ha servido entre otras cosas para romper el aislamiento a que nos tenían sometidos. Esta comunicación se traducía en cartas que iban y venían desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, con algo muy importante que se llamaban revistas culturales. Y fue así que nacieron cantidad de este tipo de publicaciones en Colombia y nuestro pensamiento comenzó a ir al exterior, las ideas comenzaron a fluir. Y es allí donde se gestan revistas tan importantes como El Corno Emplumado, Mito, Letras Nacionales, Pájaro Cascabel, Cormorán y Delfín, O Pasquín, etc. Eso fue importante para nosotros los que no teníamos una cultura literaria; esas publicaciones nos ayudaron y marcaron hitos importantes en nuestra vida.
- ¿Qué te exaspera?
- Me exasperan muy pocas cosas, pero tal vez soy impaciente cuando me dicen “espere” y demoran cientos de años en darme una respuesta. Y tal vez es porque cuando alguien me pide un favor y puedo hacerlo, no demoro en corresponder. Por ejemplo: si alguien me dice: “¿Tiene una foto de tal escritor?”, yo no me pongo con rodeos me voy a buscarla, “espere a ver si la encuentro”. Soy en todo caso oportuno, pues sé de la importancia que cada persona tiene para hacer algo. Por ejemplo: cuando pido un aviso para la revista, me exaspera que se tengan que consultar a cientos de funcionarios para que al final me digan no. Me exaspero cuando viajo en bus, cosa que frecuentemente hago, me exaspera que se demore uno tanto de ir de un lugar a otro. Pero todo se debe a la demora en todo como estamos acostumbrados los colombianos. Para no exasperarme, siempre llevo un libro en mi maleta y mientras todo eso sucede, lo leo o hago otras cosas. Por eso digo que yo creo no exasperarme mucho. La paciencia es una de las gracias que da la sabiduría, los años.
- ¿Qué cosas te conmueven?
- Entre las muchas cosas que me han conmovido están por ejemplo, la muerte de mi madre, aunque no tanto porque yo creí que estando muerta estaba viva en otra parte, porque como decía mi abuela, que cuando uno era bueno, se iba a vivir al cielo, y entonces yo la imaginaba viva pero en el cielo y me pasaba mirando para arriba a ver si de un momento a otro mi madre se acordaba de mí y miraba hacia abajo, hacia donde estaba su hijo cuidando una cabra a la orilla de un río. También me conmovió mucho la vez que yo estaba parado en la esquina del atrio de la catedral de Zipaquirá (o sea el Cruce de los Vientos), por allá en el año 52, en la representación de “Los Mártires Zipaquireños”. Yo creí que era cierto que lo que estaban representando esos señores que llevaban en un camión, colgados de las manos y heridos por todos los costados. Nunca se me olvidarán las lágrimas que derramé porque creí que eso era cierto. Y años después, en el 56, estando en el mismo atrio de la iglesia, vi a unos señores amontonados alrededor del kiosco de periódicos leyendo la noticia de que unos camiones habían estallado en Cali y habían matado a no sé cuántas personas. Eso fue terrible, porque para esos días no solo la muerte de esos seres anónimos me conmovió, sino también la muerte de “Pateperro”, un perro canijo que iba conmigo a todas partes.
- Un primo tuyo estuvo en Corea…
- Eso también me conmovió. Cuando vino mi primo Martiniano de la Guerra de Corea, a la que lo había llevado “El Batallón Colombia” para que lo mataran dos veces. Cuando el volvió de la guerra fumando cigarrillos Camel y lo vi, no creí que fuera mi primo, sino su sombra y como sombra lo seguí tratando varios años sin olvidar jamás el olor a cigarrillo Camel que le habían dado los gringos por matar a no sé cuántos coreanos. Son tantas cosas las que me han conmovido en la vida, como por ejemplo, la vez que Teresita entró volando a mi habitación (cuando yo apenas tenía 15 años); se paró frente al espejo y me pidió que cerrara los ojos para que no la mirara mientras se desnudaba. Yo, con la belleza en todo su esplendor a mi lado, no resistí la tentación de verla y los abrí más…. Cerré los ojos y cuando ella me dijo: “Ya puedes abrirlos”. Pero quizá lo que más he ha conmovido son los miles de desplazados, muertos, torturados, desaparecidos, masacrados, violados que ha tenido mi país durante los últimos años. Son tantos muertos por parte del Estado, por parte de los paramilitares, de los guerrilleros y demás bandas criminales que operan en todo el territorio, que hay días en que me levanto y me pregunto si vivo en Colombia o en otro lugar del mundo. Si eso sucede en mi país, ¿es que verdaderamente no existe la justicia? Pero ese sería otro capítulo al que habría llamar “El país de los muertos”.
- ¿En Colombia nos hemos acostumbrado a morir?
- Juan, nadie se ha acostumbrado a morir, nadie. Aquí las cosas suceden de otro modo, nos han enseñado a ver morir a la gente sin decir nada. Y eso viene sucediendo desde mucho antes, desde que los españoles pusieron sus pies en estos territorios donde adorábamos al sol y las estrellas. Claro, el español acostumbrado a matar, después de tantos años de guerras con los musulmanes, y después la inquisición, y después la conquista de América, a nuestros indios, que eran salvajes y puros, los fueron matando por montones. Después con la tenencia de la tierra y la religión continuaron matándolos, para que no quedara ninguno. Hoy en día los siguen matando y nadie dice nada. Sucedió con la Guerra de los Mil días, y sucedió con La violencia de los años 50, y sucedió con los paramilitares y guerrilleros de los últimos años. Nos hemos acostumbrado a ver a la muerte de frente. Y los que de alguna manera se han sacudido ante tanto horror, también terminarán por matarlos. Es casi una condena eso de que la muerte esté en todas partes. Si viviéramos en México, al menos tendríamos alguna razón válida para adorar la muerte (porque allá celebran el Día de los Difuntos con una fiesta), pero vivimos en Colombia que ni siquiera los muertos viven en Paz porque los desaparecen con los falsos positivos, porque los desaparecen por apropiarse de sus tierras, porque los desaparecen por decir la verdad. ¿No te parece entonces que la muerte siempre ha estado en nuestra vida? A mí me duele ver tantos muertos y sobre todo, tanta gente que es capaz de decir algo y no lo dice. Yo no entiendo como un presidente es capaz de decir que un General Plazas es inocente cuando fue el que mandó matar (según dicen los periódicos), a once personas que nada tenían que ver con la toma del Palacio de Justicia. Por eso reina la impunidad, por personas como nuestro ex presidente , como nuestro presiente Santos (el organizador de los falsos positivos), como nuestro ejército, como tantos senadores que por fortuna hoy en día tienen en la cárcel y que cometieron tantos crímenes en los departamentos de la costa tan solo para apoderarse de las tierras del pobre campesino. Nosotros vivimos en un Paraíso, es cierto, Colombia es un paraíso, hay todo lo que tú quieras, pero si lo miramos bien al fondo, podremos descubrirle sus heridas, causadas por las mafias de la muerte. Yo personalmente seré el último en acostumbrarme a morir. Quisiera vivir eternamente para algún día poder escribir sobre mi país y todo lo que me ha dolido, lo que me han dolido sus dirigentes insensibles al dolor humano. Todo esto que escribo, es posible que tenga muchas inconsistencias que no he podido corregir a tiempo. Aunque como te dije al comienzo, yo siempre digo la verdad, aunque la verdad me mate...
- ¿Qué te conmueve más: un indígena pidiendo limosna en la ciudad, regalar un voto por un tamal, un hijo convertido en un “falso positivo”, un presidente que le dice “mentiroso” a un Magistrado?...
- Todas esas cosas me conmueven tremendamente.... pero también tengo mis observaciones. Por ejemplo, es cierto que durante los últimos años ha habido un gran d desplazamiento del campo a la ciudad, pero cuando veo a un indígena pidiendo limosna no me conmueve tanto, pues pienso que ellos deberían estar en sus resguardos, en su tribu, en su entorno. Como es posible que diariamente veamos una cantidad de mujeres indígenas en la carrera 7a, con hasta 10 o doce peladitos, comiendo helados Mc Donals y bien vestidos y pidiendo limosna... Yo he visto a muchas de esas indígenas que por la tarde vienen a recogerlas y a contabilizarles el producto, miembros de la misma tribu. Seria muy injusto de mi parte, pero esto lo he visto varias veces. En la costa es frecuente regalar un voto por un tamal y no solo por un tamal sino por cincuenta pesos, cien, doscientos pesos, o la cantidad necesaria, pues esos hacendados de allá terminan siendo compadres con todos los pobres de la tierra el día de las elecciones. Claro, se aprovechan de la "cheveridad del costeño", pero su riqueza nunca la va a compartir. Pudimos verlo cuando las Autodefensas se hacían sentir en la costa. Podían despojarlos de todo cuanto quisieran. Y las Autodefensas nunca fueron un brazo de la ley sino de los gamonales, de los terratenientes, de los hacendados. Este fenómeno se vio no solo en la costa, también el interior del país. Lo de los falsos positivos, es quizá lo más doloroso que se hayan podido inventar en este país. Cómo es posible que se juegue con la necesidad de quien necesita un trabajo, para trasladarlo a otro sitio y matarlo haciéndolo pasar por guerrillero. Claro que la violencia siempre ha existido, la mano negra siempre ha existido, la violencia siempre ha existido en Colombia particularmente y de un modo muy particular. A mí no se me hace extraño. Es que Colombia es ciega, es que los dirigentes colombianos son ciegos, es que la vida de un ser humano vale huevo. No hay derecho. Recuerdo que Hitler dijo que el pueblo alema fue el culpable del genocidio que el cometió. De la misma manera diré yo: Colombia es culpable de tanta barbarie. Los ciudadanos colombianos son también culpables de tanta barbarie por haberla permitido. Todos los colombianos somos culpables de tantas muertes, no nos lavemos las manos diciendo que solo el que está en el poder tiene la culpa. De los falsos positivos somos tan culpables como el presidente que tenemos, no nos digamos mentiras. Si no es cierto, entonces por que Santos fue candidatizado para ser el presidente. El ex presidente no me conmovió cuando le dijo Mentiroso a un magistrado, no más faltaba. Juzguen ustedes, desde el comienzo de su mandato fue un mentiroso frente a un país que acepta la mentira. Tuvimos al presidente que los colombianos quisieron mantener, un mentiroso y solapado dirigente político. Cómo es posible que frente a las desapariciones del Palacio de Justicia salga a defender a Plazas, y mucho antes, cómo es posible que haya salido a defender a Noguera, cómo es posible que haya salido a gritarle a unos manifestantes en Cali “Venga y me lo dice, marica”, cómo es posible que crea que por ser presidente la única verdad sea la de él. Me duele este país que tenemos, pero me duele mucho mas cuando me doy cuenta que todo el mundo le haya creído el cuento, sobre todo cuando habla como si fuera el Papa, dios en Persona... Bueno, yo no soy un político y tú apenas me pediste una opinión.
- En todos los 67 años vividos, ¿cuál fue la década que más sentiste correr por tus venas la literatura?
- Yo creo que toda la vida ha sido para mí una experiencia, un goce, una aventura, un sueño. Es cierto, tal vez porque desde niño siempre viví expectante, pendiente de cómo la gente hablaba, y más tarde, cuando toqué los libros, creía que todo lo que contaban era verdad, tanto en una novela como en un cuento, y lo tomaba para mí como modelo de vida. Tal vez por eso he estado tan equivocado en el mundo, creer que la ficción es mi realidad, pero que la realidad es cosa cierta, lo es. Eso no me ha defraudado en nada. ya te dije que en mi casa desde el momento en que nací hasta que conocí la escuela, nunca tuve un libro en mis manos, y eso fue hasta los siete años. Me gustaba más oír a mi abuela que aprender a leer. Y sin embargo aprendí a leer sin que nadie me enseñara, de la manera más prosaica. Si veía que en un talego estaba pintada una monja, la asociaba con las palabras que estaban escritas: Harinas La Monjita, por ejemplo. La harina estaba en la bolsa. La monja trabajaba seguramente en un molino. Y todo se reducía a leer. Harinas La Monjita. Eso lo explicó García Márquez años más tarde, en Cien años de soledad, con motivo de la Fiebre del Olvido. Había que ponerle nombre a las cosas para que nos se le olvidara a uno el nombre de la cosa en sí. Después que aprendí a leer lo que más me gustó fue la Poesía, sobre todo la del siglo de Oro, y más luego García Lorca, Miguel Hernández, el cante jondo, la poesía gitana. Y todo porque a mi pueblo llegaban muchos circos y muchos gitanos y con solo verlos me imaginaba otros mundos, llenos de colores y música. Con poesía o mejor dicho, plagiando poetas andaluces tuve muchas novias. Durante mi vida en el Barrio Santa Fe, conocí en persona a León de Greiff, me parecía tan sencillo que yo creía que era un ángel que llevaba muchas migajas de pan en los bolsillos para las palomas del parque a la hora del almuerzo. Nunca me sedujo un León Valencia, pero si un Julio Flórez. Las poesías de Silva me parecían demasiado almibaradas y pegajosas, algo así como lágrimas con arequipe.
Después me fui de la casa y llegué al mar. Y cayó en mis manos la poesía de Neruda y El Extranjero de Camus, que fue mi perdición. Era el año 1964, y como te dije en un comienzo, yo creí que la ficción era mi realidad y amé ese libro porque contaba una historia tan bella que no podía ser cierta. Desde entonces amé a Camus, pero después llegaron Los beatniks, Kerouac, Gonzalo Arango y Jaime Jaramillo, Cien años de soledad, el Che en Bolivia, seguí amando la literatura con pasión, pero la verdad es que nunca he intentado ser escritor. No lo digo por maldad, sino porque pensaba que los escritores eran otros, los autores de mis libros favoritos. Nunca he sido prepotente en estas cosas, ni he pretendido que mi obra sea mejor que otra, porque al fin de cuentas todas las historias son diferentes. Cuando me puse a escribir fue cuando creí que todavía nadie había contado lo que yo había vivido. Eso me hace diferente de los demás miembros de la tribu. No cuento las cosas con dolor, y tú lo podrás ver en Inventario De Invierno, que inclusive fue segundo premio de novela en Pereira, en 1991. Allí cuento la vida de un niño descalzo, feliz, riente, enamorado de la vida y del mundo, jugando con los pocos elementos que hacen de un niño un genio de invenciones sobrenaturales.
- ¿Cuál fue tu mejor época?
- Quizá la época más bonita de mi vida como escriviviente, fue entre los años 70 y 80, y todo porque era amigo de gente linda, Mendoza Varela, X-504, Gonzalo Arango. Manuel Mejía Vallejo me pronosticaba un futuro en la literatura colombiana, me dieron el tercer premio en los 90 Años de El Espectador. Me escribía con muchos poetas, Edmundo Valadés me enviaba la revista El cuento de México, me escribían de Paris, pude publicar el primer libro a Orietta, fui editor de la revista Mosaico II. Yo era una celebridad, casi me candidatizan para Papa, y eso que en ese momento la literatura estaba demasiado politizada. Fue una época bella en la literatura porque todos los escritores al fin de cuentas eran amigos. Después los premios los dividieron, nadie hablaba con nadie, sólo por interés, si tú me sirves yo te sirvo, si tu eres famoso me interesas, en fin... Si mi literatura es diferente es precisamente para no parecerme a nadie. Recuerdo que para Manzanitas Verdes al Desayuno, le pedí el prólogo a un escritor famoso que he apoyado en todo sentido, y sin embargo ni siquiera se atrevió a decirme “su libro es muy malo” o cosa por el estilo. No estoy fastidiado por esto. Al contario, los años me han demostrado que ciertas personas me dan risa y que es una lástima que no trabajen en un circo. Podrían hacer reír a las fieras.
- ¿Con qué escritor, vivo o muerto, te gustaría encontrarte cualquier día en la calle y te pondrías a hablar con él?
- Son tantos los escritores con los que me gustaría encontrarme en esta vida o en la otra... Naturalmente con Rimbaud, su vida y mi vida se emparentan en mucho. Fue rebelde desde niño, se fue de su casa, vivió una vida bohemia, viajó por todas partes, terminó haciendo fotografías para una Sociedad Geográfica, escribió Una temporada en el Infierno y murió de una gangrena en una rodilla. Aunque tú no lo creas, a mí también me ha pasado lo mismo: durante varios años estuve atado a unas muletas, casi pierdo mi pierna izquierda en un accidente, inclusive todavía se me nota, a veces se me olvida la pierna en una silla y me voy sin darme cuenta. Además, porque en Rimbaud se nota el espíritu francés, y yo toda la vida he estado enamorado de París. Otro poeta que me gustaría encontrarme es con César Vallejo. Su vida y mi vida se emparentan también. Yo vengo del campo como Vallejo, yo no soy un ciudadano y no tengo modales finos. Vallejo nunca estudio ni yo tampoco, era rebelde por naturaleza, aunque no fuera capaz ni siquiera de tirarle una piedra al Gobierno, y estuvo preso. Yo también estuve preso una vez. En todo caso me gustaría encontrarme de todos modos con Vallejo, tanto así que cuando me gane un premio, me voy para Santiago de Chuco, a conocer la casa donde nació Vallejo. Yo también amo a Vallejo, no solo por sus poemas sino por su vida, su obra, su soledad... Con Mark Twain, también me gustaría encontrarme, porque fue tan libre como yo. Recuerdo todos sus libros, pero especialmente el Diario de Eva: Donde estaba ella, estaba el Edén. Con Rulfo, Miller, con Bukoswski, con todos esos escritores que aprendieron a escribir no en la Academia sino en la vida, me gustaría encontrarme algún día. Sé que todos los días me encuentro con ellos porque los tengo en mi biblioteca, y de vez en cuando salen a charlar conmigo, rondan por mi casa, se tropiezan en las escaleras, saltan de un lado a otro, fuman largos tabacos, leen mis cuentos, me dan razones de por qué se escribe así y no de otro modo. Sí, definitivamente los grandes escritores no son los que se han pasado en la Academia dictando talleres de cómo ser escritores sino los que han tomado la vida y la vida les ha enseñado a escribir. Con ellos y solo con ellos me gustaría encontrarme de nuevo. Con el único poeta colombiano que me gustaría hablar siempre y que deseo no se muera nunca, es con Jaime Jaramillo Escobar (X-504). Y con el único escritor vivo que me gustaría hablar alguna vez es con Gustavo Álvarez Gardeazabal. Y con la única mujer que me gustaría estar siempre es con la mujer que me ame de verdad porque solo así uno escriben cosas bellas, Desafortunadamente en estos tiempos el amor no es mas que una comedia. Quisiera seguir extendiéndome en esta charla, pero desafortunadamente el tiempo vuela....
- ¿Qué tipo de accidente tuviste? ¿Te angustió la situación?
- Accidentes he tenido mucho en la vida y estoy penando como dijera César Vallejo. Una vez que íbamos con Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar y otros escritores, debajo del puente de la Caracas con 26, se varó el carro y yo me bajé a ayudar y fui a traer gasolina a la estación cercana y me puse a echarle gasolina al carro, cuyo tanque estaba en la parte trasera, pero al conductor se le olvido encender las luces de peligro y vino un carro por detrás y me volvió añicos la pierna izquierda (en eso también me parezco a Rimbaud, casi me muero de gangrena). Como la gasolina cayó sobre mi cuerpo, yo no sentía dolor, ni mi pierna y cuando la vi ahí tirada en el pavimento comencé a arrancármela para poder pararme porque al día siguiente me iba a encontrar con mi novia en El Cruce de los Vientos y quería al menos estar bien presentado. Yo nunca había experimentado algo así. No sentía dolor y veía los huesos de mi pierna, triturados, vueltos añicos. Por fin me llevaron a la clínica San Pedro Claver. Después de casi tres horas con la piernas colgando y sangrando por todos lados, la enfermera me dijo " Eso le pasa por borracho". Yo, que ni siquiera me había tomado un tinto esa noche; no dejo de sorprenderme. Dos años estuve así, enyesado, con los meniscos vueltos nada, tanto que hoy en día cuando voy caminando a veces la pierna se suelta y empiezo a caminar al revés. Ni esa vez, ni cuando se estalló un cañón del barco donde yo era marinero y hubo como 10 muertes me angustió tanto. De niño había visto morir a mi madre que murió en un parto y todo porque había perdido mucha sangre días antes al cortarse un pie con el filo de una botella de "Cabrito" que habían dejado tirada en la sementera, porque ella andaba siempre descalza para ahorrar alpargates (Yo escribí eso en un cuento, Ella No Volvió; a los vecinos de la vereda también los vi morir (La Segunda Muerte Del Tío Gregorio, relata una de esas muertes); a mi perro "Pateperro", a mi hermanita Lucía que se murió en mis brazos una noche de mucha luna y a mi padre también lo vi morir. Todas esas muertes me sobrecogieron, me hicieron doler el alma, que es un dolor que no se ve pero que está dentro de uno y por el cual uno a veces se pregunta ¿Por qué, Dios mío? Sin embargo esas muertes yo las considero como parte de la película que me correspondió en la vida, pero la muerte que más recuerdo fue la vez que yo bajaba de la escuela, un día de mercado en la Plaza de Zipaquira, la misma plaza que le sirvió a los Comuneros de mesa para las capitulaciones. Bajaba yo recochando con los muchachos de la escuela cuando de pronto un hombre se le fue a otro y le asestó como cien puñaladas Tranquilamente tiro el cuchillo sobre el techo de una casa vecina y siguió campante y se perdió entre la multitud. Y otras vez en Chiquinquirá, un día que me escapé del colegio y me fui a jugar trompo con unos chinos de la calle, Efraín González, el Siete colores, se apareció en la plaza con su cuadrilla y mató a unos parroquianos (esmeralderos serían), que iban a rezarle a la Virgen de Chiquinquirá. Tantas muertes que he visto en la vida que a veces me da pena no tener tiempo para sentarme juiciosamente a escribir, pero qué voy a escribir si todo el tiempo me la paso trabajando en nada para conseguir lo de la comida.
- ¿Cómo fue la experiencia de estar preso?
- Más que una experiencia fue algo así como un absurdo, y los absurdos no son experiencias. Sucede que llegué a Zipaquirá el día que se iniciaba el Carnaval de la Sal, recién inaugurado por el Alcalde y el Obispo. Descendí del tren --porque en ese entonces existía el tren de la sabana y también El Expreso del Sol, que iba hasta Santa Marta-- con una tula llena de cosas, caracuchas y recuerdos del mar, y además una pistola de soldar (Así le decíamos los marineros a los cautines que se emplean hoy en día en electrónica). Un policía que estaba en la estación al verme con mi caminado de marinero, el rostro tostado por el sol y con el acento de la orilla del trópico, no le gustó la cosa y se me vino encima. --¿Que lleva ahí? --me preguntó. --Unas caracuchas y una pistola. El policía me dejo avanzar entre la multitud y luego desapareció en su bicicleta y se fue a llamar a otros policía. Al poco rato me vi acorralado, maniatado a la espalda, pero no les di la llave de mi tula y me la tragué. Volvieron a hacerme las mismas preguntas y yo les respondí lo mismo. --Queda detenido e incomunicado- me dijeron y me llevaron a un calabozo que estaba lleno de ladrones de gallinas, carteristas, ladronzuelos y hampones de poca monta. No tenía ni modo de avisarle a mi papá, ni a mis hermanos, ni a un amigo, no tenía absolutamente a nadie. Eran días de carnaval y la alcaldía estaba cerrada. Por lo demás, ninguno en mi casa sabía que yo había llegado. Cuando los detenidos me vieron entrar a la celda, todos a una me preguntaron: --¿Y a usted por qué lo trajeron, mano?... ¿Se robó una gallina, preñó a la hija del alcalde o a la moza del cura? Yo me quedo mirándolos, detallándolos uno a uno para verles las intenciones y les respondí: --Por unas caracuchas y una pistola. Inmediatamente me ofrecieron sus servicios, me ofrecieron de su plato. “Las caracuchas debían ser granadas o algo terrible" pensaron. Por la noche se esmeraron en darme sus jergones, sus cobijas y empezaron a contarme sus fanfarronadas. Yo los miraba y de vez en cuando escupía contra la pared donde estaban pintados los rostros más horribles, las mujeres más inmundas y grotescas, los palitos con que contaban los días, las cruces, etc. Mientras tanto el pueblo entero se divertía. Cada rato durante, los cuatro días de Carnaval, entraban más hampones, más raponeros y entre ellos se comunicaban y muy respetuosamente me ofrecían parte de la comida que sus mujeres o sus mozas les llevaban. Yo lo único que pensaba era en los poemas de Cavafis, en las ciudades que amaba, en un cuento de Gonzalo Arango, en El Extranjero. Los ojos se me volvían borrosos de tanto mirar el techo... En fin, fueron cuatro días horribles con la peor plebe, con la que definitivamente no intimé durante esos días de cautiverio. Al quinto día de estar encerrado, por fin en mi casa ya se habían enterado y estaban todos al pie de la alcaldía. --Traigan al preso. --Tiene una tula con una pistola y unas caracuhas. --¿Una Pistola? ¿En qué movimiento milita? Oí la voz de mi padre: --El es inocente. Y mis otros familiares gritaban en coro: --Sí, el chino es inocente. El alcalde dio orden de abrir la tula. Y vaya sorpresa cuando sacaron el contenido: Una pistola de soldar, unas caracuchas o caracoles. --Yo sabía que mi hijo es inocente --dijo mi padre quitándose el sombrero. --¿Por qué no dijo que era una pistola de soldar? --me preguntó el alcalde. --Nadie me lo preguntó. Mi padre salió de la alcaldía con la Frente en alto; Yo también. Mi madre no pudo estar porque había muerto cuando yo tenía seis años.
- ¿Crees que la vida con los libros salva a este país del infierno político?
- Eso no es posible, quiero decir, los libros nunca salvarán a ningún país, menos a Colombia, menos el infierno político en que estamos enclaustrados desde hace siglos. Para que los libros sean capaces de cambiar o transformar el país, se necesitan muchos lectores, muchos poetas y escritores buenos, no en el sentido que nos los nombran los periódicos de todos los días, sino verdaderamente buenos, que dejen una impronta en la literatura colombiana. Hoy en día las editoriales y publican mucha basura que la gente consume como si fueran papas fritas, chitos y todo eso, sin reflexión ni análisis Y para colmo de males, somos un país iletrado, y todo el mundo quiere ser iletrado. Si no hay para comprar el pan diario mucho menos hay para comprar libros. Por lo demás, los libros están por las nubes, no quiero decir cargados de poesía sino que son muy caros en un país que no solo produce caña de azúcar sino también pulpa de papel. Tenemos buenas tintas, pero el papel es carísimo. Tenemos grandes, buenas y pequeñas editoriales, pero el costo de los insumos es muy grande. Y como te decía al comienzo, aquí nadie lee por placer sino para desaburruirse. ¿A quién no le interesa leer los embrollos de doña Ingrid Betancourt que de la noche a la mañana convirtieron en Juana de Arco, la madre Teresa de Calcuta, la Virgen de Fátima y otras santas? Chismes es lo que nos gusta leer. De ahí que los libros de Alfredo Molano, por ejemplo, no se vendan tan bien como uno de Aura Cristina Gainer. La basura es lo que le gusta al lector colombiano. ¿Cuándo un lector colombiano digiere lo que los periódicos no dicen? Por ejemplo, cuándo se ha visto que un lector compre un libro que no haya sido ensalzado por una gran editorial o por un comentarista de Arcadia o del Tiempo. Si el libro no esta firmado por a, b o c escritor tal, no es buen libro. Pero yo digo todo lo contrario. Pedro Badran es un buen escritor y eso nadie lo puede negar. Evelio Rosero es un buen escritor y eso tampoco nadie lo puede negar. Muchos escritores del Huila, de Santander, de la costa, de Nariño o de otras partes, son buenos escritores pero casi nadie los nombra porque los reseñadores practican el ninguneo, la mala leche. Desconocer a otros es lo más sabroso. Yo conozco a muchos escritores buenísimos que viven en Colombia, que publican en Colombia y que cuentan cosas bellas y buenas. Me ufano de ello, Me ufano de que sean mis amigos, me ufano de leerlos cada vez que sale alguno de sus libros. No hay que olvidar que vivimos en Canibalia, y al rey de allí no le gusta la belleza sino la envidia, la confusión, la negación y el oscurantismo.
- ¿Qué es un buen amigo?
- Querido Juan, me preguntas que es un buen amigo y la verdad es que yo no sabría como responder tamaña pregunta. Para mi un buen amigo es un libro. El libro es capaz de hacerme conocer lo que yo no sé, de viajar por todas partes sin fatiga y sin mesura, de compartir su belleza conmigo sin pedirme nada a cambio, de ir a todas partes sin tener que pagar el boleto de regreso. Un libro es para mí lo más parecido a un amigo. Es capaz de compartir la fatiga del camino y compartir el agua y compartir la belleza. Es más, cuando veo el mundo oscuro y con ganas de muerte, un amigo es capaz de darme la luz y darme fuerzas para llegar hasta la otra esquina. Cosa que solo pueden hacer los libros, compartir su amistad, sus palabras, su belleza. Y de paso, eso me permite conocer al autor de estos y otros libros. Al fin de cuentas la vida es para compartirla. Y quienes mejor la comparten conmigo es cuando me enseñan a vivir la belleza en todo su esplendor. Yo no he tenido ni he sido de grandes amigos, aunque he sido amigo de todos sin que se den cuenta. Prefiero a un buen amigo dejarlo vivir su vida y ayudarle en todo lo que pueda, para que después no tenga que ruborizarse por los favores que yo le hice, ni tampoco tenga yo que ruborizarme por los favores que él me hizo. Tengo grandes amigos que han escrito bellos libros, bellas novelas, bellos poemas y otros que no han escrito nada, ni una palabra y que son totalmente analfabetas pero que han sido capaces de demostrarme su amistad con lo que saben.
- ¿Qué libros haz repetido de lectura a lo largo de tus años?
- Yo he repetido la lectura de muchos libros, tanto de poemas como de cuentos o novelas, e inclusive de historia, porque yo soy un lector empedernido de la historia y los que no leen historias no saben donde están parados, y por eso muchas historias en Colombia hemos tenido que repetirlas. Por ejemplo, yo leí Una Temporada En El Infierno cuando tenía 20 años. Lo compré cuando iba bajando por la avenida Jiménez y de pronto lo vi en la Librería Buchholz, publicado por Editora Fabril Argentina, una gran editorial que después publicaría la Antología de la Poesía Surrealista de Aldo Pelligrini. Valía. $16.50 me dijeron. Yo no tenía ni un centavo en el bolsillo, pero bajé corriendo al Hospital San José y le vendí un litro de sangre a un vampiro que compraban sangre para un paciente. Me dieron una Poni malta, un huevo y cincuenta pesos. Subí corriendo a la librería y compré el libro, que estaba traducido por Enrique Molina. Es la traducción mas bonita que he leído, y por eso la he leído como unas cuarenta veces y me se de memoria muchos de sus poemas. Después leí Pedro Paramo, El Llano en Llamas, América, que me había regalado el chico dientes de conejo del Barrio Santa Fe. He leído muchas veces a César Vallejo, y a Ciro Alegría, pero mucho más a Jorge Icaza, porque antes que nada me interesaba la cuestión indígena del Ecuador y de toda América. Leí con mucha devoción varias veces a Fayad Jamis, a quien podría publique varias veces y de primera mano en Puesto de Combate su poema El Ahorcado Del Café Bonaparte. Cuando vivía en la costa, en el mar, mi libro de cabecera era El Extranjero. Sí, yo toda la vida he sido un extranjero, en mi casa, en mi hogar, en la ciudad, en el mundo. No estoy ubicado en ninguna parte, soy siempre extranjero hasta en las ferias del libro, en los cocteles y en todas partes. Siempre me gustó ser diferente-A Eduardo Mallea también lo he leído muchas veces, a Miller, todos los Trópicos, toda la crucifixión rosada. Muchos libros los he leído varias veces. Por ejemplo, de Arturo Echeverri Mejía he leído muchas veces su Hombre de Talara, un cuento que se parece a El viejo y el mar, pero es muy nuestro. También Mark Twain, Bierce, Jack London, Bukowski, toda la literatura Norteamérica, incluyendo repetidas veces a Truman Capote. Para qué negarte si he sido un admirador de los poemas de Jaime Jaramillo, de Cóndores no entierran todos los días, Cuchilla de Evelio Rosero y en fin, son tantos los autores, los libros y los poemas que he leído cantidad de veces que yo mismo me siento como si fuera parte de un texto literario y no una persona que come, bebe, sueña, canta y llora. Pasando a otro tema, mi deseo es llegar al No, 80, de Puesto de Combate , y también publicar por mi propia cuenta Inventario De Invierno, la cuarta edición de El Oficio De La Adoración y la primera edición de Las Otras Muertes. quisiera poder publicar esos libros antes de morir. Ya no soy tan joven como comprenderás., y quiera o no, también me he ido cansando de esperar lo que no se me debe.
- ¿Qué autores no leerías por nada del mundo?
- Generalmente yo leo a todo el mundo, pero principalmente a los que apenas empiezan. Me gusta que alguien en la calle me entregue un poema o un cuento, que alguien me envíe un correo con poemas o cuentos. Me gusta saborear eso con toda la emoción del mundo, porque al fin de cuentas es una materia prima, un material incontaminado, un primer arañazo a la belleza. Claro que muchas veces esos primeros intentos son fallidos, especialmente en los jóvenes escritores, tal vez porque quien no ha vivido no puede contar, no puede escribir, mucho menos cuando no ha leído mucho. Cuando yo comencé a escribir nadie me leía ¡Nadie! Un compadre mío que para mí es muy importante en la literatura cada vez que me veía escribiendo me decía: “Deje de escribir, la literatura no sirve, primero hay que conseguir lo de la comida, hay que producir cosas útiles. De la literatura nadie vive, la literatura es el oficio de los vagos Ese compadre mío, después de 25 años de silencio en la poesía, volvió a escribir, y escribió muchos libros bellos. Por eso siempre leo a todo el mundo. Lo que me da rabia es que algunos escritores sean tan petulantes y se consideren la mamá del gallo de los huevos de oro con historias cursis. En los años 70s los escritores escribían sobre la violencia, uno cogía sus libros y escurría sangre, y siempre el tema era la lucha fratricida, el partido liberal contra el conservador. Hoy en día sigue la violencia, la violencia no termina, pero nadie podrá decir que por ejemplo Los Ejércitos no es una buena novela. Es tal vez la mejor novela sobre la violencia que se ha escrito últimamente. . Es tan buena que ni siquiera sangre hay, pero es una buena novela sobre la violencia que estamos padeciendo. Volviendo a tu pregunta, si yo no hubiera leído a Raúl Gómez Jattin, nadie habría icho de él ni mú, ni siquiera el Fondo de Cultura se hubiera interesado en sus poemas. Pero yo creí en su poesía como he creído en muchos escritores y poetas. Por eso leo a todo el mundo. Si sus libros son buenos, están en mi biblioteca, en el altar de mis amores, pero si el libro definitivamente es malo, no lo quemo porque el papel esta muy caro sino que lo encesto, para que los reciclen y no escasee el papel. Un libro que yo nunca leería, es MI LUCHA. Ni siquiera he intentado hojearlo.
- ¿Qué personajes (protagonistas) de novelas te llenan de nostalgia?
- Me preguntas ahora qué personajes de novelas me llenan de nostalgia. En realidad ningún personaje de novela me produce nostalgia, pero hay muchos personajes de novela que recuerdo con inmenso amor. A veces el amor produce nostalgia y tal vez eso es lo que siento por esos personajes, porque fueron míos, porque los amé cuando los conocí, porque quise encarnarme en uno de ellos para vivir su mundo, sus vivencias, son amores, sus terrores y desastres. Por ejemplo, yo nunca he ido a Venecia, pero el señor Gustavo Aschenbach, asediado por la belleza y la peste, me produce un sentimiento de desolación inmenso, tal vez porque yo he sido un solitario durante toda mi vida, nada de grupos, solitario como un faro en mitad del mar, como un ermitaño en lo alto de la montaña, pero también he tenido inmensos días de alegría, que se reflejan en El Vino Del Estío de Bradbury. Esa es una novela de Alegría, que viví y amé como luego lo fue Tom Sawyer de Twain. Esos libros me producen nostalgia, tal vez porque solo en la niñez los hombres son felices, solo en libertad uno puede ser feliz. en las ciudades nadie es libre, nadie es feliz, así esté pudriéndose en riqueza. Yo fui feliz cuando niño y lo sigo siendo ahora tal vez porque no he deseado más de la cuenta sino lo necesario y justo. Uno debe ser justo para ser feliz... Podría seguir hablándote de personajes de las novelas que me han sacudido en todo sentido. Lástima que no haya ninguna novela colombiana que haya logrado hacerlo. Recuerdo con mucho cariño y especial delectación a Aureliano Buendía, a Úrsula Iguarán, a Remedios la Bella. Recuerdo muy bien al señor que se la pasaba fisgoneando a las muchachas del cercado vecino en Los Ejércitos, a pesar de la violencia tenía tiempo para deleitarse y regodearse con el cuerpo de una joven que vivía en el cercado vecino. Recuerdo con honda nostalgia, si, con verdadera nostalgia a Amarilla, de Opio En Las Nubes, superior mil quinientas veces más que Viva La Músia; no me parece tan genial como quieren hacérnoslo creer críticos y aduladores. Lástima que el tiempo corra tan rápido porque tengo un mundo de cosas que contar. Y es que a mí me gustan las palabras tanto como la música, la armonía de los sentidos y la poesía.
- ¿Con qué escritores, muertos o vivos te gustaría compartir un chocolate o una buena copa de vino?
- Hay varios escritores con los que me gustaría compartir, si no un chocolate una botella de vino. En primer lugar, sentaría a mi mesa a Samuel Becket. Su genialidad para el absurdo me parece asombrosa. Muchos de mis cuentos tienen un sabor bastante absurdo. El absurdo me vuelve loco. Oír hablar a Becket en torno a una botella de Whisky, para mi sería fabuloso. Recuerdo que a mediados de los años 60, mucho del teatro colombiano que se veía en Bogotà tenía mucho que ver con el absurdo, y hasta se montaban muchas de las obras de Becket. Por ejemplo, Acto sin Palabras. El teatro que más me ha llamado la atención es el teatro absurdo porque siempre he vivido en un mundo absurdo. Porque es absurdo que si en mi casa, en mi primera infancia no habían libros, de tanto desearlos he tenido todos los libros que he querido y para colmo de males, los he leído para aprender a escribir bien, por una parte, porque la otra parte de la escritura te la da la vida.
- . Con otro escritor que me gustaría compartir otra botella de Whisky, sería con Charles Bukowski. Fue un escritor terriblemente vital, pendenciero, camorrista, buscapleitos, errante, proscrito y por si fuera poco, muy buen escritor. Me gustaría describir situaciones, ambientes lugares como lo hizo él, y que dejó plasmados en una cantidad de libros. Lástima que Arturo Echeverri Mejía se murió demasiado joven, porque con el también me gustaría tomarme una botella de vino, para que habláramos de su travesías en canoa desde la desembocadura del Amazonas hasta Cartagena, para que me hablara del Bajo Cauca y en fin, para que me hablara de todo lo que yo no sé. Parece un poco traído de los cabellos hablar de uno mismo, pero me gustaría tomarme un chocolate con mi madre, preguntarle por que me dejo cuando yo era tan niño y si el cielo existe. Mi madre era muy sabia porque a qué madre se le ocurre decirle a su hijo cuando lo ve descalzo entrando a la iglesia el día de su primera comunión: “la pobreza no es pecado, hijo mío... a Dios solo le importa que uno sea bueno”.
- ¿Con Bukowski te tomarías una botella de whisky, dos copas de vino o un café colombiano?
- Con Bukowski, no necesariamente seria una botella de whisky sino dos y hasta cinco botellas de whisky escoses bien refinado, o una copa de vino español o un café colombiano, del mejor café colombiano, del que hace mi amigo Jader Rivera en Teruel (Huila), el cual no esta sembrado al descampado sino bajo frondosos de los árboles, bien pueden ser guarumos, chirimoyos, aguacates o sicomoros. Tan rico que es el olor de un café a las seis de la mañana en esos parajes, sintiendo todavía el frescor de la mañana impregnando en las hojas de los árboles, reverdes de tanto verdor. Digo todo esto porque una vez fui a dar un recital por esos lugares y mi amigo, que es un poeta como Aurelio Arturo y que todavía habla del campo con esa admiración que uno siente por las plantas cultivadas por su propia mano... No olvidaré ese día. En la emisora local, frente a un vetusto transmisor me senté a leer uno de mis cuentos y sentí que toda la selva, allá afuera, escuchaba mi voz, porque era tan profundo el silencio que hasta el sonido de la música parecía ensordecer con el canto de las chicharras, de las abejas y avispas. Ese, y unos cuantos campesino que habían venido al pueblo eran todo mi auditorio. Yo me sentía como en Siddhartha hablando de tú a tú con los dioses milenarios de la tierra. Después de leer mi cuento "Ella No Volvió", un campesino me llamó para preguntarme si todo eso que yo contaba era cierto. Le dije que sí, que todo había sido cierto, tan cierto que hasta mi madre se había muerto. El campesino me trajo después una manotada de plátanos y me invito a tomar café a su casa, que era de bahareque y con tantos huecos por todas partes que el sol no aguantaba tanto calor y se metía por entre los huecos de su casa a refrescarse. Pero era tan delicioso su café que poco importaban los picotazos de las abejas, el zumbido de los mosquitos. Me sentí como un héroe, porque después salimos a caminar por todas partes y hasta oímos con tremenda nitidez unos tiros de la guerrilla y tuvimos que devolvernos. Pero lo que más recuerdo en su taza de café, preparado con agua de panela, la sonrisa de su hija y los ladridos de los perros. Aunque a Bukowski no le gustaría estar en mi lugar, sí me gustaría tomarme un café con él, en una calle de Los Ángeles y revolotear de un lado a otro de la noche...
- Finalmente ¿cuál será el porvenir de Colombia sin cultura?
--No creo que haya alguien que lo sepa, pero sería un destino muy trágico. Por eso me gustaría que me preguntaras más bien ¿Quién es Milcíades Arévalo? La respuesta es sencilla, alguien como tú, frágil, con todos los defectos y virtudes que le dio la vida y al que únicamente la gusta la cultura, que todos la tengan para que no tengamos que soportar un destino trágico en el futuro.

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