miércoles, 2 de septiembre de 2009

ACOLMITZLI
NEZAHUALCÓYOTL

Príncipe de Texcoco
Poeta de Estatura Universal

Figura legendaria de la Poesía y de la historia de América, Acolmitzli Nezahualcóyotl, príncipe de Texcoco, fue conocido durante mucho tiempo más por sus anécdotas y por las tradiciones que los indígenas mejicanos transmitían de boca en boca que por los hechos concretos de su vida y, menos aún, por un real conocimiento y valoración de su obra de legislador, de filósofo, de jefe militar y de constructor, de poeta y gobernante.

Debieron pasar muchos años, que demandaron múltiples indagaciones y pesquisas, la mayoría de las cuales conducían a la nada o a verdaderos callejones sin salida, la cotejación de los datos aportados por las tradiciones y por los historiadores indígenas, además de intensas búsquedas en los materiales de los historiadores del México antiguo, hasta cuando, a finales del siglo XX, se pudo tener una semblanza real y concreta de este hombre de talentos múltiples, a veces contradictorio, y en quien se daban cita brillantes y extraordinarias cualidades de guerrero, de gobernante y constructor, de legislador, de poeta y de hombre sabio y estudioso, entendido en todas las cosas divinas y humanas. Hombre de su tiempo y de su entorno, siempre estuvo más allá de su época.

Las indagaciones espirituales en las cuales ejercitó sus talentos, la avanzada estructura administrativa y legal que dio a su reino, al igual que la fundación de instituciones culturales permanentes como fueron los archivos de libros pintados, las escuelas, los consejos superiores de educación y de administración, las academias de sabios y poetas, las colecciones y estudios de flora y fauna, el cuidado y cultivo del idioma, a más de su personal Obra poética, bastarían para situarlo en un lugar de privilegio, y para que él, Acolmitzli Nezahualcóyotl, esté compartiendo el estrado en el que se sitúan los hombres más extraordinarios y más talentosos del mundo.

El, Acolmitzli Nezahualcóyotl, trascendió a su tiempo, y representó la tradición moral y espiritual de los toltecas, enseñanza y herencia de Quetzalcóatl, frente a la tradición de la fuerza, expresada en la concepción místico-guerrera de sus hermanos aztecas. El mundo de los aztecas pasó, pero él permanece unido a la inmortalidad y a la intemporalidad de esos valores esenciales que la Humanidad guarda y conserva como objetos preciosos y sin los cuales no sería posible ninguna noción de progreso humano ni sería posible para el hombre ningún intento de elevación espiritual; y con él, su desasimiento, su desinterés por las cosas mundanas, su indagación inteligente y en ocasiones airada frente a las cosas divinas, su culto de las flores, su humanismo y su cultivo de la mistad como un valor supremo.


HACIA UN ESBOZO BIOGRÁFICO
Nacimiento y Primeros Años
Acolmitzli Nezahualcóyotl, futuro príncipe de Texcoco, nació el 28 de abril de 1402 o,
para escribirlo en términos indígenas, Ce mázatl o 1 Venado, del año Ce tochli o 1 Conejo, y ese nacimiento ocurrió en Texcoco, capital del señorío de Acolhuacan, situada en el nordeste del valle de México, y a la orillas del gran lago de Texcoco.

Hijo de Ixtlilxóchiltl Ome Tochtli o Ixtlilxóchitl el Viejo, hijo a su vez de Techotlala, ambos por sucesión señores de Texcoco, y de Matlalcihuatzin, hija de Huitzilihuitl y hermana de Chimalpopoca, también señores sucesivos de México-Tenochtitlan.

El nombre de Acolmitzli Nezahulcóyotl que le fue impuesto al niño significa, en sus partes constitutivas, brazo o fuerza de león y coyote hambriento o coyote ayunado, respectivamente. Cuando el niño nació, Acolhuacan ya era un reino prestigioso, y se le consideraba uno de los señoríos más antiguos del mundo nahua. Su población, antes nómada y procedente del norte, era tenida por sucesora de los antiguos toltecas. Hacia el siglo XII, y encabezados por Xólotl, se habían establecido primero en Xóloc, para de allí pasar después a Tenayuca, y finalmente establecerse en Texcoco, que sería después la capital de un extenso señorío.

De mentalidad abierta y de inteligencia despierta, transformaron sus costumbres al contacto con los antiguos pobladores del país, adoptaron el náhuatl como su lengua y aprendieron los hábitos y las tradiciones de los toltecas sobrevivientes, vasallos ahora pero cuya cultura y cuyas tradiciones sirvieron de modelo y de instrumento civilizador para la población conquistadora.

Gran alegría hubo en el hogar de Ixtlilxóchitl, sexto señor de Acolhuacan, por el nacimiento del niño. Con él se aseguraba la sucesión del señorío, ya que con la reina Matlalcihuatzin Ixtlilxóchitl sólo habría de tener tres hijos, Tozcuetzin, Atotoztzin y Nezahualcóyotl, y dos de ellos eran mujeres. Según los astrólogos, el futuro príncipe había nacido bajo un signo afortunado. Un príncipe nacido en Ce mázatl sería también noble y principal, tendría qué comer y qué beber, y dar vestidos a otros, y a otros joyas y atavíos. Pero no podía faltar el hilo negro en la madeja blanca de los buenos augurios, porque los astrólogos añadían que los nacidos bajo este signo eran también temerosos, pusilánimes y de poco ánimo, toda vez que era propio de los ciervos ser temerosos.

Para los nigrománticos, el príncipe nacido bajo aquel signo sería próspero y rico, abundante en mantenimientos, gran trabajador y aprovechador del tiempo, vería las cosas de adelante y sabría atesorar para sus hijos, y guardaría con circunspección su honra y hacienda.

Ixtlilxóchitl y Matlalcihuatzin comunicaron a la nobleza de Texcoco y a los amigos de los señoríos vecinos los nombres que habían dado a su hijo y recibieron de ellos los parabienes y regalos que la costumbre ordenaba. Entre estos regalos figuraron también la rodela y la macana, el arco y las flechas, que recordaban y anunciaban el destino guerrero del niño. Su cordón umbilical fue llevado a enterrar en tierra de enemigos, dando a entender con eso que el infante desearía hacerles la guerra.

Después de estas ceremonias, el niño quedó bajo el cuidado de su madre y de la servidumbre de la casa real. Más tarde, entre los siete y los ocho años, cuando ya el niño tuvo uso de razón, fue enviado al cálmecac, y empezó para él la educación, disciplinada y severa, que estaba reservada a la nobleza. Por si faltara algo, su padre le asignó ayos, maestros particulares, “que convenían a su buena crianza y doctrina”. Uno de ellos, Huitzilihuitzin, considerado un gran filósofo en su tiempo, sería para el niño y luego para el joven Nezahualcóyotl un maestro y quizá el responsable de haber despertado en él la afición por el estudio del antiguo pensamiento tolteca, la sensibilidad poética y la piedad, y fue también para él un aliado, leal y heroico aún en los tiempos de las adversidades.


Muerte de Ixtlilxóchitl
La Orfandad y las Persecuciones
En aquellos tiempos ya habían comenzado los enfrentamientos entre Ixtlilxóchitl, señor de Texcoco, y Tezozómoc, señor de Azcapotzalco. La causa de estos enfrentamientos era que Tezozómoc creía tener derecho sobre el señorío de Texcoco por ser él nieto de Xólotl. Paro, aunque la tensión aumentaba, aún se vivía cierta paz. Sin embargo, los aliados de Texcoco empezaron pronto a dejarse atraer por la amenazas y por las pretensiones de Tezozómoc.

Los choques armados se fueron haciendo cada vez más graves y frecuentes, hasta el punto de que, ante el peligro que veía crecer contra sí mismo y en contra de su reino, Ixtlilxóchitl determinase, en 1414, que debía hacerse la ceremonia de propio juramento como señor de Acolhuacan, en donde él había reinado en paz por mucho tiempo y sin tener ninguna necesidad que tal ceremonia se hiciese, y que, de igual manera, en esa ceremonia se le tomara el juramento a Nezahualcóyotl como príncipe heredero.

Eran tiempos difíciles, y proseguían los preparativos de guerra. La ceremonia fue más bien sumaria, ya que aparte de los dos sacerdotes que oficiaban sólo estaban allí como testigos los señores de Coatlichan y de Huexutla.

La guerra se enardecía cada vez más. Los tapanecas, acaudillados por Tezozómoc, saquearon y quemaron Iztapalocan, aunque más tarde las gentes de Texcoco lograron algunos triunfos y llegaron hasta sitiar a Azcapotzalco. Se concertaron algunas treguas que sólo sirvieron para que Tezozómoc aumentara sus fuerzas y para que dispusiera nuevos planes en contra de Ixtlilxóchitl y en contra del reino de Texcoco. Pronto se reinició la guerra, y después de defender inútilmente a la ciudad de Texcoco durante cincuenta días el rey tuvo que abandonarla y refugiarse en el bosque de Cuauhyác, y luego en Tzicanóztoc.

Le acompañaban sólo su capitán general y el príncipe Nezahualcóyotl. Sus enemigos lo acosaban por todas partes. Los auxilios pedidos a sus parientes de la provincia de Otopan le fueron negados en forma ignominiosa. No le quedaba más camino que tratar de salir con vida y proteger al príncipe. Dejó a su familia y a sus criados escondidos en un bosque, y con sólo dos capitanes y su hijo Nezahualcóyotl se ocultó en una profunda barranca en donde pasó la noche. Al Amanecer del 24 de septiembre de 1418 le informaron que sus enemigos lo tenían cercado. Sólo le esperaba la muerte. Se dirigió entonces al príncipe y se despidió de él con las siguientes palabras:

“Hijo mío muy amado, brazo de león, Nezahualcóyotl: ¿a dónde tengo que llevarte que haya algún deudo o pariente que te salga a recibir? Aquí ha de ser el último día de mis desdichas, y me es fuerza partir de esta vida; lo que te encargo y ruego es no desampares a tus súbditos y vasallos, ni eches en olvido que eres chichimeca recobrando tu imperio, que tan injustamente Tezozómoc te tiraniza, y vengues la muerte de tu afligido padre; y que has de ejercitar el arco y las flechas; sólo resta que te escondas en estas arboledas porque no con tu muerte inocente se acabe en ti el imperio tan antiguo de tus pasados”.
Lágrimas hubo en la triste despedida entre padre e hijo. Nezahualcóyotl, cumpliendo la orden de su padre, fue a esconderse en la copa de un árbol y desde allí presenció el último combate y la muerte de Ixtlilxóchitl. Así, a los dieciséis años y desde aquel momento Acolmitzli Nezahualcóyotl era el nuevo señor de Texcoco, un reino invadido, desolado y cautivo.

Cuando los enemigos se retiraron fue posible recuperar el cuerpo del difunto rey. Totocahuan, uno de los capitanes que lo acompañaban, se dirigió al cadáver de Ixtlilxóchitl y le habló de la siguiente manera.

“Oh, Ome Tochtli Ixtlilxóchitl, ya llegó el fin de tus desdichas y principio de tu descanso; empiece ya el llanto de todo tu imperio, y goce de su orfandad… pues hoy le falta luz y padre: sólo me pesa en dónde irá a parar el niño Acolmitzli Nezahualcóyotl, mi príncipe y señor, y con él sus leales y desdichados vasallos”.

Con el auxilio de algunos leales, amortajaron a Ixtlilxóchitl, velaron su cuerpo esa noche y al día siguiente lo incineraron de acuerdo con los ritos toltecas y guardaron secretamente sus cenizas hasta que fuera tiempo para como era debido. Tezozómoc, informado de la muerte de Ixtlilxóchitl, recompensó a sus victimarios. Después, se hizo jurar señor de Texcoco, y se propuso borrar la memoria de Ixtlilxóchitl y la amenaza que representaba Nezahualcóyotl ofreciendo premios a quien le llevase al príncipe, vivo o muerto.

Comienza, entonces, al largo itinerario de una huída: por Tetzihuactla los condujeron a Chiauhtzinco; enseguida los trajeron y los vinieron a poner en los peñascos de Cuamincan. Ahí durmieron un poco; los hicieron levantarse y los vinieron a sacar por la quebrada de Teponazco: no más venían escondiendo a los niños Nezahualcóyotl y Tzontecohatzin. Después los condujeron, cuando hizo claridad, a Otonquilpan. Luego vino Coyohua a observar en Acolhuacan; se vino dejando a los niños encargados a Huahuatzin y a Xiconocatzin.

Coyohua había convenido con Itzcóatl, futuro señor de México-Tenochtitlan y tío abuelo de los príncipes de Texcoco, en que enviaría una barca para rescatar a Nezahualcóyotl y a Tzontecocahtzin. La barca llegó puntualmente, y en ella llegaron también diez de los hijos de Itzcóatl, comitiva que demostraba la gran importancia que éste concedía a rescate de su sobrino nieto. Al llegar la barca, se reconocieron los unos a otros con cautela, y la barca inició su viaje de regreso con los príncipes y con sus protectores.

Comienza entonces para Nezahualcóyotl una lucha que habría de durar diez años. Trasladándose continuamente de uno a otro de los señoríos vecinos y provocando con frecuencia a sus enemigos y, también hay que decirlo, contrariando los augurios que lo habían señalado como pusilánime y temeros, va preparando y logrando paso a paso la reconquista de su reino. Los señores de Tlaxcala, que eran sus tíos y lo habían criado, le dieron refugio; pero en cuanto se repuso de su orfandad se trasladó a Chalco, disfrazado de soldado, para estar más cerca de su patria.

En Chalco, la muerte de una mujer en cuya casa se albergaba delató la identidad del príncipe y estuvo a punto de conducirlo a la muerte. Existen dos versiones respecto de este incidente desgraciado: según una versión, la mujer, llamada Zilamiauh o


Tziltomiauh, quiso denunciarlo dando voces, de manera que Nezahualcóyotl tuvo que matarla tratando de proteger su identidad. Según otra versión, lo que ocurrió fue que Zolamiauh vendía pulque en su casa y allí iban muchas personas a embriagarse, lo cual era una grave violación a la ley y contrario a las buenas costumbres. El caso es que así hubiera sido para proteger su identidad o para proteger las buenas costumbres y el cumplimiento de la ley y para castigar aquel tráfico al que se le consideraba criminal, el hecho en sí, verídico, fue que Nezhualcóyotl sí mató a la mujer y que aquella muerte contribuyó a revelar su identidad. Cuando este incidente ocurrió, Nezahualcóyotl tenía dieciséis años, y este hecho tuvo lugar en 1419.

A raíz de este incidente que delató su identidad fue apresado por los chalcas, quienes lo llevaron ante su señor Toteotzintecuhtli, y allí fue condenado a ser puesto en una jaula dentro de una cárcel fuerte, y en su guarda a Quetzalmacatzin, hermano del señor de Chalca, con cantidad de gente, y se ordenó también que durante ocho días naturales no se le suministrase ningún alimento ni bebida, porque con esta muerte se quería servir al tirano Tezozómoc y vengar la muerte de aquella señora. Sin embargo, Quetzalmacatzin se apiadó de él, lo alimentó en secreto, y cuando Toteotzintecuhtli decretó la muerte de Nezahualcóyotl lo ayudó a escapar cambiando con él sus vestidos y quedándose en su lugar en la jaula.

Quetzalmacatzin pagó cara su generosidad. Fue ajusticiado en lugar del príncipe y éste huyo, por el rumbo de Tlaxcala o Huexontzingo, hacia donde no pudieran capturarlo.

Hacia 1420 los habitantes de Texcoco comienzan a regresar a la ciudad y a las demás provincias del señorío, y lo hacen ahora despojados de sus bienes y haciendas. Tezozómoc, para tratar de impedir el regreso de Nezahualcóyotl decide repartir el reino de Texcoco tomando para si mismo y para sus allegados algunas provincias y ofreciéndoles otras a los señores de los reinos vecinos. Mientras Nezahualcóyotl seguía en Tlaxcala, las hermanas del señor de México-Tenochtitaln, que eran sus tías, pidieron al tirano la merced de la vida de su sobrino y éste la concedió a condición de que el príncipe residiese dentro del recinto de la ciudad de México, y sin salir de ella.

Ellas insistieron: Hasta que en una segunda ocasión, en 1426, lograron las señoras que el tirano autorizara el regreso del príncipe a Texcoco, en donde le fueron restituidos los palacios y casas de sus padres y abuelos y algunos lugares para que le sirviesen, con lo cual Nezahualcóyotl tuvo un poco más de libertad para poder tratar y organizar los asuntos que demandaba la restauración de su reino.

Entere los años de 1420 y 1426, es decir, entre sus dieciocho y veinticuatro años, el príncipe Acolmitzli Nezhualcóyotl tuvo una especie de período de paz forzada que pasó en su mayor parte en Tenochtitlan, y finalmente en Texcoco. En este período debió completar su educación y su formación militar, pero los hechos de los cuales había sido al mismo tiempo víctima y protagonista habían dejado honda huella en su sensibilidad y en su espíritu. Veamos al respecto cómo traduce en su poema Canto de la Huida las dolorosas circunstancias en medio las cuales le ha tocado vivir en los últimos años.



CANTO DE LA HUIDA
De Nezhualcóyotl
Cuando Andaba Huyendo Del Señor de Azcapotzalco

En vano he nacido,
en vano he venido a salir
de la casa del dios de la tierra,
¡yo soy menesteroso!
Ojalá en verdad no hubiera salido,
Que de verdad no hubiera venido a la tierra.
No lo digo yo, pero…
¿qué es lo que haré?
¡oh príncipes que aquí habéis venido!
¿vivo frente al rostro de la gente?
¿qué podrá ser?
¡reflexiona!

¿Habré de erguirme sobre la tierra?
¿Cuál es mi destino?,
yo soy menesteroso,
mi corazón padece,
tú eres apenas mi amigo
en la tierra, aquí.

¿Cómo hay que vivir al lado de la gente?
¿Obra desconsideradamente,
vive, el que sostiene y eleva a los hombres?

¡Vive en paz,
pasa la vida en calma!
Me he doblegado,
sólo vivo con la cabeza inclinada
al lado de la gente.
Por esto me aflijo,
¡soy desdichado!,
he quedado abandonado
al lado de la gente en la tierra.

¿Cómo lo determina tu corazón,
Dador de la Vida?
Salga ya tu disgusto!
Extiende tu compasión,
estoy a tu lado, tú eres dios.
¿Acaso quieres darme la muerte?

En verdad que nos alegramos,
que vivimos sobre la tierra?
No es cierto que vivimos
y hemos venido a alegrarnos en la tierra.

Todos así somos menesterosos.
La amargura predice el destino
aquí, al lado de la gente.

Que no se angustie mi corazón.
No reflexione ya más.
Verdaderamente apenas
de mí mismo tengo compasión en la tierra.

Ha venido a crecer la amargura,
junto a ti y a tu lado, Dador de Vida.
Solamente yo busco,
recuerdo a nuestros amigos.
¿Acaso vendrán una vez más,
acaso volverán a vivir?
Sólo una vez pereceremos,
sólo una vez aquí en la tierra.
¡Que no sufran sus corazones!,
junto y al lado del Dador de Vida.

Pero los problemas políticos no daban lugar al descanso, y la tregua terminó con un acontecimiento inesperado y muy propio de aquel mundo que daba tanta importancia a los augurios y a los signos: después de mucho tiempo de olvido, Tezozómoc se acordó de Coyohua, el fiel criado de Nezahualcóyotl, le mandó a llamar y trata de atraérselo a su causa. Encomienda al fiel criado que induzca a Nezahualcóyotl a ocuparse sólo de sus asuntos personales, que se acerque a sus hijos, y finalmente le propone a Coyohua que él sucederá al príncipe. La condición es que Coyohua traicione al príncipe y le dé muerte. Que le meta una flecha en el pescuezo, que lo estrangule durante el sueño o que le destruya los testículos, o bien, que como jugando, sus compañeros le den patadas y lo hagan caer a un río o que le quiebren echándolo debajo de una azotea.

Una y otra vez Coyohua protege al príncipe, pero tiene que cuidarse de seguir manteniéndole a Tezozómoc sus ilusiones de librarse para siempre de Neazhualcóyotl.
Cuando Tezozómoc siente llegar el día de su muerte, recomienda a sus hijos Maxtla, Tayatzin y Tlatoca Tlizpaltzin que si quieren llegar a ser señores de su imperio tienen que matar a Nezahualcóyotl cuando éste venga a sus exequias.

Cuando finalmente muere, el 24 de marzo de 1427, y llega Nezahualcóyotl entre los señores que concurren a dar el pésame a sus hijos, éstos , aunque recuerdan la orden de su padre, consideran inoportuno cumplirla en una ocasión de tanta tristeza, de manera que deciden aplazarla. Aún así, y por consejo de su primo Moctezuma, Nezahualcóyotl regresa rápidamente a Texcoco en cuanto terminan las ceremonias fúnebres.

Maxtla se convierte en después en un tirano poderoso, y toma preso a Chimalpopoca, señor de México, a quien pone en una jaula. Nezahualcóyotl, con grave riesgo de su vida, va a Azcapotzalco para pedir a Maxtla la libertad de su tío. Maxtla permite a Nezahualcóyotl que se entreviste con su tío, al que luego dejará en libertad. Agradecido por la intercesión de Nezahualcóyotl y por el peligro que éste ha afrontado al socorrerle, Chimalpopoca le regala las joyas que llevaba consigo y le aconseja que para proteger su reino se alíe con su tío Itzcóatl y su primo Motecuhzoma, aconsejándole mutuamente, que ya que él, Nezahualcóyotl, habría de ser el bastimento y munición de los mejicanos y aculhuas.

Provocando el peligro, Nezahualcóyotl regresa a Azcapotlzalco con el pretexto de agradecer a Maxtla la libertad de su tío. Maxtla intenta matar al príncipe y, furioso por no haberlo logrado, ordena que se dé muerte a Chimalpopoca y a Tlacatcatzin, señor de Tlatelolco. Otras crónicas indican que Chimalpopoca se suicidó atemorizado o que los mismos mejicanos le diaron muerte para castigar su cobardía. Sea como fuere, el hecho es que a hacia 1427 o 1428 Itzcóatl sucede a Chimalpopoca, se medio hermano, en el señorío de México-Tenochtitlan, y Cuauhtlatoatzin es el nuevo señor de Tlatelolco.

En varias ocasiones, como en otras veces, Nezahualcóyotl escapa a la insidias de sus enemigos, como en una ocasión en la que Maxtla le ordena a Yancuitzin, medio hermano de Nezahualcóyotl, que lo mate en un convite al cual éste debe asistir. Lo salva su maestro Huitzilihuitzin, quien ordena traer a un joven de Coatépec, parecido al príncipe, a quien instruye en los usos de la nobleza y le viste conmo aquél, joven que finalmente perece asesinado y su cabeza es llevada a Maxtla en el momento en que éste visitaba a Itzcóatl para darle los parabienes por su elección. Grande fue la sorpresa y la estupefacción de los mensajeros al ver allí a Nezahalcóyotl, ocasión que aprovechó el príncipe para decirles que no se cansasen de querer matarlo porque el alto y poderoso dios le había hecho inmortal.

Tras varios intentos más de asesinarlo, Nezahualcóyotl se vuelve a quedar solo. Ordena a sus amigos más fieles que vuelvan a sus casas para que no vayan a perder sus casas y haciendas. En adelante, sólo estará acompañado por su hermano mayor Cuauhtlehuanitzin y por su sobrino Tzontecachatzin, quienes se niegan a abandonarlo. Con ellos proseguirá su lucha, porque ahora no sólo huye para salvarse porque al mismo tiempo sus mensajeros cruzan los caminos y le traen buenas noticias de alianzas y de ayudas concertadas con sus amigos para que él pueda recuperar su señorío.


LA RECONQUISTA DE UN REINO
Tezozómoc y Maxtla habían suscitado muchas enemistades por los agravios que habían infligido a la mayor parte de los pueblos de la planicie de México, y por otra parte, tenía muchos antiguos amigos y adictos la causa de aquel príncipe que había sido despojado de su reino tan injustamente. Fue por eso que a Nezhualcóyotl le resultó relativamente fácil concitar y concertar alianzas para luchar contra los tapanecas. Los pueblos de Zacatlan, Totototépec, Tepeapulco, Tlaxcala, Huexontzinco, Chololan y Chalco acuden al llamado de Nezahualcóyotl.

El cuartel general se establece en Calpolalpan, y allí los ejércitos aliados deciden atacar, por un lado, a Acolman y Coatlichan, en donde estaba la mayor concentración de tropas tepanecas y, por el otro, a Texcoco mismo, misión que se le reserva al propio Nezahualcóyotl. Fue fulminante el ataque. Los enemigos opusieron fuerte resistencia, pero pronto fueron desbaratados, saqueadas sus casas y ciudades y muertos sus principales jefes. Después de brindar socorro en los combates de Acolman y Coatlichan, Nezahualcóyotl entró en Texcoco, ciudad que se le rindió.

Decidido el primer triunfo, el príncipe dio las gracias a sus principales aliados, los chalcas, huexontzingas y tlaxcaltecas, así como a otros pueblos, les concedió el disfrute del botín de guerra y dejó convenida con ellos su ayuda para recuperar el resto de sus dominios. Ya conquistada la cabeza de su señorío, fortaleció la ciudad de Texcoco y restableció las fronteras que confinaban con tepanecas y mejicanos.

Pero aún faltaban muchas tierras por recuperar, y Nezahualcóyotl prosiguió la lucha para la reconquista de la totalidad de su reino. Itzcóatl, señor de México-Tenochtitlan, le ofreció ayuda, ya que los mejicanos sufrían también la tiranía de Maxtla. La alianza quedó concertad y los ejércitos de ambos pueblos combatieron juntos y sufrieron algunas derrotas. Pero Nezahualcóyotl sabía reanimar el valor de los soldados. Así se dio principio a la alianza del señorío de Texcoco con el señorío de México-Tenochtitlan, que pronto se convertiría en Triple Alianza al asociarse a ella en señorío de Tlaxcala.

La guerra se prolongó durante ciento quince días. Ambos bandos peleaban con ferocidad hasta cuando, finalmente, los aliados desbarataron el ejército de Maxtla, hicieron huir a sus gentes, tomaron prisioneros a sus principales jefes y entraron a la ciudad de Azcapotzalco, a la que destruyeron e incendiaron. Maxtla, que se había ocultado en un baño de su jardín, fue sacado en forma ignominiosa, llevado a la plaza y ejecutado. Nezahualcóyotl había castigado a un tirano y finalmente había vengado la muerte de su padre. Ixtlilxóchitl podía descansar en paz.

Muy grandes y fuerte debieron ser estos combates. La ilustración que acompaña al presente artículo, única en su género, y que fue tomada de la página 111 de la Historia Universal de los Ejércitos, nos muestra al príncipe Acolmitzli Nezahualcóyotl en plena batalla y luciendo las insignias de su mando. Armado de macana y rodela, lleva en su labio inferior el tentetl, insignia de su alto rango y de su condición de comandante, a la espalda un tambor, mediante el cual y través de toques previamente acordados, se daban las órdenes en medio del combate, y en todo él las huellas del esfuerzo y de la tensión del momento, la rapidez de la acción, y la angustia mortal de la guerra.

Posteriormente, el príncipe recuperó su propia ciudad de Texcoco y completó la pacificación de sus provincias, sujetando poblaciones como Xochimilco y Cuitláhuac, que no habían querido rendirle obediencia, acciones militares que se prolongarán hasta el año de 1430, año en el que Nezahualcóyotl se encontraba aún en la ciudad de México, en donde dirigió la construcción de varias obras civiles que tendrían una gran trascendencia. En el año de 1431, y a los veintinueve años de su edad, Nezahualcóyotl fue finalmente jurado señor de Texcoco. Habían pasado diecisiete años desde aquel día de 1414 en que su padre Ixtlilxóchitl lo había designado heredero del reino de Texcoco y trece desde la muerte del viejo rey, la mayor parte de los cuales habían sido para él de persecuciones, luchas, peligros y destierros.

La ceremonia se celebró aún en la ciudad de México o ya en Texcoco, y en ella, conforme a los acuerdos de la Alianza, Nezahualcóyotl fue coronado por Itzcóatl, señor de México-Tenochtitlan, acompañado por Totoquilhuatzin, señor de Tlacopan, y por los nobles de los tres reinos.


OBRA POÉTICA
En la Poesía de Nezahualcóyotl, de manera general, domina el especulador sobre el imaginador, el filósofo sobre el poeta. Existen en su Obra poemas memorables por su lirismo y por su invención imaginativa, pero lo característico en él en su capacidad para concentrar sus meditaciones en torno a los tres grandes ejes temáticos que constituyen la columna central y la parte esencial de su Poesía: la divinidad, el destino del hombre y la Poesía en sí misma. La Poesía de Nezahualcóyotl acerca de la divinidad es una de las manifestaciones más importantes de la cultura indígena por el rigor, la hondura y la gravedad de la especulación intelectual.

En efecto, estos poemas constituyen por sí mismos una exaltación de la divinidad. Ya no son magia ni mística sino teología, razonamiento estricto, inclusive, lenguaje diáfano, desnudo de cualquier intención metafórica. Hay sí, en algunos de ellos, la alabanza propiciatoria y hermética. Veamos este breve ejemplo de Poesía:

SOLAMENTE EL…
Solamente él,
el Dador de la Vida.
Vana sabiduría tenía yo,
¿acaso alguien no lo sabía?
¿Acaso alguien no?
No tenía yo contento al lado de la gente.

Realidades preciosas haces llover,
de ti proviene tu felicidad,
¡Dador de la Vida!
Olorosas flores preciosas,
con ansias yo las deseaba,
vana sabiduría tenía y…

La reflexión acerca de la divinidad y del destino trágico que ella reserva e impone a los hombres no lleva a Nezahualcóyotl al temor ni al fatalismo, ni lo lleva a actitudes de ciega adoración. En el poema Canto de la Huida, que ya hemos tenido la oportunidad de citar aquí, aparece esta interpelación:

¿Obra desconsideradamente,
vive, el que sostiene y eleva a los hombres?

Interpelación que a veces da lugar a la fría enumeración de los atributos divinos, y en donde la impotencia, la perpetua inferioridad e indefensión del hombre frente a Dios da paso al reclamo, a la queja sentida, al sarcasmo. He aquí, expuestas en forma extensa, las razones que estamos invocando, y para eso no habría nada mejor que leer al propio poeta.

DOLOR Y AMISTAD
No hago más que buscar,
no hago más que recordar a nuestros amigos.
¿Vendrán otra vez aquí?,
¿han de volver a vivir?
¡Una sola vez nos perdemos,
una sola vez estamos en la tierra!
No por eso se entristezca el corazón de alguno:
al lado del que está dando la vida.
Pero yo con esto lloro,
me pongo triste; he quedado huérfano en la tierra.
¿Qué dispone tu corazón, Autor de la vida?
¡Que se vaya la amargura de tu pecho,
que se vaya el hastío del desamparo!
¡Que se pueda alcanzar gloria a tu lado,
oh dios… pero tú quieres darme muerte!
Puede ser que no vivamos alegres en la tierra,
pero tus amigos con eso tenemos gozo en la tierra.
Y todos de igual modo padecemos
y todos nadamos con angustia unidos aquí.
Dentro del cielo tú forjas tu designio.
Lo decretarás: ¿acaso te hastíes
y aquí nos escondas tu fama y tu gloria
en la tierra?
¿Qué es lo que decretas’
¡Nadie es amigo del que da la vida,
oh amigos míos, Aguilas y Tigres!
¿A dónde iremos por fin
los que estamos aquí sufriendo, oh príncipes?
Que no haya infortunio:
El nos atormenta, él es quien nos mata:
Sed esforzados: todos nos iremos
al Lugar del Misterio.
Que no te desdeñe
aunque ande doliente ante el Dador de la Vida:
él nos va quitando, él nos va arrebatando
su fama y su gloria en la tierra.
Tenedlo entendido:
tendré que dejaros, oh amigos, oh príncipes.
Nadie vale nada ante el Dador de la Vida,
él nos va quitando, él nos va arrebatando
su fama y su gloria en la tierra.
Lo has oído, corazón mío,
tú que estás sufriendo:
atiende a nosotros, míranos bien;
Así vivimos aquí ante el Dador de la Vida.
No por eso mueras, antes vive siempre en la tierra.

El fundamento crítico del pensamiento religioso de Nezahualcóyotl parte de una reflexión sobre el conocimiento humano y la acción de la divinidad: se afirma allí que las cosas terrenales, las cosas materiales y tangibles, son ilusorias. No existen en la realidad. Entonces, apostrofa a la divinidad: tú que dominas todas las cosas y eres el Dador de la Vida, eres verdadero, existes realmente? Este contrasentido es una arbitrariedad de dios que atormenta a los hombres.

En el poema Nos enloquece el Dador de Vida se encuentran los fundamentos de su concepción de la divinidad y de su relación con el hombre. Es éste el poema más importante del segmento de la Obra de Neazhualcóyotl que está centrado en la reflexión y en la búsqueda de dios.

NOS ENLOQUECE EL DADOR DE VIDA

No en parte alguna puede estar la casa del inventor de sí mismo.
Dios, el señor nuestro, por todas partes es invocado,
por todas partes es también venerado

Se busca su gloria, su fama en la tierra.
El es quien inventa las cosas,
él es quien se inventa a sí mismo: Dios.
Por todas partes es también venerado.
Se busca su gloria, su fama en la tierra.

Nadie puede aquí,
nadie puede ser amigo
del Dador de la Vida;
solo es invocado,
a su lado,
junto a él,
se puede vivir en la tierra.

El que lo encuentra
tan sólo sabe bien esto. Él es invocado;
a su lado, junto a él,
se puede vivir en la tierra.

Nadie en verdad
es tu amigo,
¡oh Dador de la Vida!
Sólo como si entre las flores
buscáramos a alguien,
así te buscamos,
nosotros que vivimos en la tierra,
mientras estamos a tu lado.

Se hastiará tu corazón,
sólo por poco tiempo
estaremos junto a ti y a tu lado.

Nos enloquece el Dador de la Vida,
nos embriaga aquí.

Nadie puede estar acaso a su lado,
tener éxito, reinar en la tierra.

Sólo tú alteras las cosas,
como lo sabe nuestro corazón:
nadie puede estar acaso a su lado,
tener éxito, reinar en la tierra.

Tema recurrente también, y que forma parte esencial de la Obra poética de Acolmitzli Nezahualcóyotl, es la angustia del mundo. Una persistente tristeza, que algunos comentaristas atribuyen a su ser indígena, atraviesa su trabajo poético y constituye una veta profunda entre los elementos esenciales que contribuyen a darle significación a su Obra. Hay en ella, es cierto, una visión deseperanzada de las cosas y un concepto de la vida como algo prestado, y como de algo transitorio y precario detrás de lo cual queda la muerte, una realidad de la que nunca podrá nadie escaparse.

Nuestra vida no es verdadera -nos dice el poeta en uno de sus primeros Cantos-, no hemos venido aquí para tener alegría. Todos somos menesterosos y la amargura rige nuestro destino. En varios Cantos volverá a parecer esta forma de angustia trascendente. Nunca veremos terminar la amargura, la angustia del mundo: sólo hemos venido aquí para vivir angustia y dolor. Esta no es “nuestra casa de hombres”, es una tierra prestada que pronto no es preciso abandonar, nos dice.

Es la angustia, el sentimiento trágico de la vida, que el poeta nos muestra en uno de sus Cantos más logrados, Como una Pintura nos Iremos Borrando, poema paralelo a aquel hallazgo admirable que es Nos Enloquece el Dador de la Vida, en el que expresa su concepto de la divinidad, poema que ya hemos citado en anteriores líneas y en el cual la divinidad aparece como ser que sólo pinta y colorea unas figuras para infundirles precariamente la vida, en el instante mismo en que tales figuras empiezan a ser devoradas por el tiempo.

COMO UNA PINTURA NOS IREMOS BORRANDO
¡Oh, tú con flores
pintas las cosas,
Dador de la Vida:
con cantos tú
las metes en tinte,
las matizas de colores:
a todo lo que ha de vivir en la tierra!
Luego queda rota
la orden de Aguilas y Tigres:
¡Sólo en tu pintura
hemos vivido aquí en la tierra!

En esta forma tachas e invalidas
la sociedad (de poetas), la hermandad,
la confederación de príncipes.
(Metes en tinta)
matizas de colores
a todo lo que ha de vivir en la tierra.
Luego queda rota
la orden de Aguilas y Tigres:
¡Sólo en tu pintura
hemos venido a vivir aquí en la tierra!

Aún en estrado precioso,
en caja de jade
pueden hallarse ocultos los príncipes:
de modo igual somos, somos mortales,
los hombres, cuatro a cuatro,
todos nos iremos,
todos moriremos en la tierra.

Percibo su secreto,
oh vosotros, príncipes:
De modo igual somos, somos mortales,
los hombres, de cuatro a cuatro,
todos nos iremos,
todos moriremos en la tierra.

Nadie esmeralda,
nadie oro se volverá,
ni será en la tierra algo que se guarda:
Todos nos iremos
hacia allá igualmente:
nadie quedará, todos han de desaparecer:
de modo igual iremos a su casa.

Como una pintura
nos iremos borrando,
como una flor
hemos de secarnos
sobre la tierra,
cual ropaje de plumas
del quetzal, del zacuán,
del azulejo, iremos pereciendo.
Iremos a su casa.

Llegó hasta acá,
anda ondulando la tristeza
de los que viven ya en el interior de ella…
No se les llore en vano
a Agulas y Tigres…
¡Aquí iremos desapareciendo:
nadie ha de quedar!

Príncipes, pensadlo,
oh Aguilas y Tigres:
pudiera ser jade,
pudiera ser oro,
también allá irán
donde están los descorporizados.
¡Iremos desapareciendo:
nadie ha de quedar!

Acolmitzli Nezahualcóyotl, rey, poeta y príncipe de Texcoco, cayó por primera vez enfermo en 1472, a causa “de los muchos trabajos que había padecido en recobrar su señorío, sujetarle y ponerle en mejor estado”. Alcanzó a despedirse de sus hijos, en especial del príncipe Nezahualpilli, su heredero, y quien entonces sólo tenía siete años, y a tomar una serie de medidas que debían asegurar la independencia e integridad de su reino. Ordenó también que para evitar la inquietud del reino y asegurar la tranquilidad de su súbditos se dijese de allí en adelante que él había partido a lejanas tierras a descansar y que ya nunca más volvería.

Después de haber tomado todas estas medidas de gobierno, se despidió con lágrimas de sus familiares más cercanos y de los miembros más allegados de su corte, y cuando sintió ya cercano el momento, mandó a todos que salieran y ordenó a sus criados que no dejaran entrar a nadie para quedarse solo con su muerte. A las pocas horas murió, agobiado por el peso de sus dolencias y los años. Murió en una maña de 1472, en una fecha que ningún historiador se acordó de precisar. Tenía al morir 70 años, cuarenta y uno de ellos dedicados a crear una Obra poética y a edificar la paz, la prosperidad y la inmortalidad de Texcoco.

Cuentan que en el preciso instante de su muerte comenzó para él el largo viaje que le había hecho anunciar a sus amigos, a sus familiares, a sus deudos y a sus súbditos, y completamente solo emprendió un camino sin retorno hacia la inmortalidad, la Historia y la leyenda.

Tarcisio Agramonte Ordóñez

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