martes, 31 de agosto de 2010

Cantigas de Caminante de Carlos Benítez Villodres

CANTIGAS DE CAMINANTE
CARLOS BENÍTEZ VILLODRES
Editorial Granada Club Selección S.L.
Granada, 2009. Págs. 96

Por Odalys Leyva Rosabal*
Guáimaro, Camagüey (Cuba)


El libro Cantigas de Caminante de Carlos Benítez Villodres nos lleva a viajar por un mundo excelso de espacios y anchuras. Tiene un lenguaje proyectado, discernida cavilación, artera corriente, que oportunamente le hace consumar el logro de la elocuencia, una autonomía que define al autor y que presupone varios seguidores de su ideología o modo de expresarse. Este libro está lleno de persuasión, y la inteligencia danza en la poesía, homologando la dimensión de su poética. Aquí su voz tiene aciertos, rutas que transfieren al camino redentor, al agua fresca que complace al lector, y sorprende con los ríos inigualables de la poesía, con el enigma que resplandece en la décima.

Carlos Benítez Villodres es un poeta que se afirma en sus conceptos, y sus décimas son una tesis de su modo de ver el mundo. Se adentra en los problemas sociales y desde allí sufre, reclama y juzga con el impulso supremo que sobresale y se instala en su templo, para predecir, desde el creador, la desnudez del mundo, las tristezas y ese olvido para los sufridos que es la condición que el mismo poeta construye para describir y no escapar de la vida diaria, sino criticar, enfrentar y valorar la existencia humana, nuestra real existencia. En este autor la sombra es un precipicio, pero el silencio no lo ata. Su voz sube como el humo impulsado por el fuego de la razón. Los sonidos son fuertes porque el pan y el vino se han vuelto el juramento de Dios, y el plato aún reclama la moneda. Sin embargo, confía en otro mundo posible y en sí mismo para subir las escaleras de la vida, y compensar su música en un concierto, donde las campanas anuncien que ha llegado la hora del bien, como enunciado para los grandes hombres, para los poetas que han hallado su cuerda, el hilo para aguantarse y hacer de la expresión una instancia, cena repartida para los que creen en la poesía, en el desgarramiento de la garganta, y el canto que no perece porque un rapsoda guarda sus violines y adormece todos los cuerpos con el milagro del poema.

La décima encabalgada también florece en Cantigas de caminante. El yo se establece en versos octosílabos, endecasílabos y alejandrinos, Por consiguiente, tiene ganancia en esta estrofa, que no es solamente hispanoamericana, sino que transita por el mundo en un despertar flameante. El autor entrega sus calores, el horror ante la muerte provocada por el asesinato de los hermanos de su pueblo, de ese pueblo que es como su propia carne, como la fiebre que trastorna su pensamiento, y pide justicia. Habita lo triste que sólo se puede borrar con la belleza, con una nueva realidad sin padecimientos. Invita a buscar una solución para nuestros problemas contra los demonios del mal. En este libro se vive la niebla, el infierno como abrazo, la estremecida burla del destino, así viven hombres reales o personajes, que sufren, sienten y padecen desde sus necesidades espirituales, y son las parvedades que descubre el ojo del autor, de sus indagaciones por el mundo ante esos seres culpables que hacen padecer los naufragios de la raza humana.

En el libro Cantigas de caminante, editado por Granada Club Selección, la carne se desnuda y es desnudada por Carlos Benítez. Él se hunde en su poesía para luego salir de las aguas internas y brindarnos su excelente lirismo, que ya tiene un lugar ganado en la poesía hispanoamericana. Ha marcado pautas en el mundo literario, varias generaciones florecerán bajo su lirismo seductor.

Su poesía es existencialista, desgarradora. Nos implica, junto a él, en esa desazón por donde transita. Su lírica lleva un ángel triste, inconforme. Deambula por el mundo y le ofrece su alma de poeta: es el sufrir del hombre que no se siente a gusto con las infidelidades del Universo y no permite ni se permite a sí mismo un salto al vacio. Su intención es el pie seguro, la estabilidad, aunque para ello cada muro a su paso deba ser derrumbado. No es un pesimismo el que nos muestra, es el desgarramiento esperanzado, el que va más allá de una plegaria. Conoce que el hombre puede marcar la historia y defender sus actitudes ante los que le rodean.

La obra de Carlos Benítez, que va más allá de la sencillez de un sueño, es segura y ofrece sus propias visiones con el interés de desdoblarse en varios motivos, que finalmente conducen a un solo camino: el de la creación. El enriquecimiento de su palabra, su verbo fecundo lo obliga a mutar, a guardar sus propias invenciones para hacerlas fluir.

Desde su estatura de escritor, bebe la miel prodigiosa de la copa y entrega la verdad de un poeta auténtico, donde el calor expresivo pasa por encima de la nada y logra instalarse, reflexionar, demostrando su habilidad y el ángel lírico que lo acompaña. Pulsa su tecla compulsiva, sin que nadie comprenda que un poeta puede tener su alma tan clara o tan oscura como la razón de enfrentar a los perniciosos y contarle a todos sus historias calladas, con los vocablos de un hombre que padece de estremecimientos y aparece en la sencillez ante un mundo paralelo, donde el bien y el mal caminan unidos. Aquí logra la belleza. Es un texto que alcanza lo universal, discurso de altos valores humanos. Repite el dolor hecho de poesía y sangre con seductor lenguaje, donde las cosas pequeñas llegan a subir los altos escalones que hacen trascender. Seduce y exalta cuando entroniza la fuerza misteriosa de la traición y el odio. Hace sentir la tristeza acumulada, la agonía existencial que brota con sensibilidad creativa sin caer en el detrimento de la palabra. Pide permiso al lector y penetra su puerta con arte, con maestría sin que la métrica se interponga. Logra desatar sus fuegos sufribles, su desnudez, que permite que un poeta arranque sentidos poemas desde una emoción que despierta y se convierte en grito. Introduce la palabra: es la décima sin frenos, sin remordimientos ocasionales. Tiene un sabor autentico.

Carlos Benitez es un poeta que se intranquiliza, que recibe los mensajes exteriores y responde sin quedar ajeno. Su poesía está marcando un nombre dentro de la décima escrita y ha generado un fuerte movimiento de promoción de la estrofa a su alrededor.

No existen tropezones aleatorios. Fluye como agua fresca. Tiene el don de la poseía culta, y el fluir de la décima ofrece un canto universal. La inquietud del autor demuestra que detrás de esta lírica se esconde un hombre que no ve en la décima un camino, sino el compromiso interior que lo hace correr y vivir dentro de ella. El autor trata de no apartarse de nuestra realidad, ésta es su objetivo, y reconoce que la décima está pasando por un período de aciertos. Si usted no ha sentido los manantiales que fluyen de Cantigas de caminante, léase sin falta este libro, ya patrimonio de la décima, de un autor que ha logrado situarse entre los mejores poetas que transitan el camino octosilábico.

La décima es cavilada por muchos poetas o élites literarias como de poco valor intelectual, pero aseguro que una buena décima no es rimar versos, sino poner el alma aparejada a la rima. El poeta discurre, según su inspiración, la lucidez y el estado de ánimo presente. Los poetas del Siglo de Oro español escribieron décimas y sonetos, y son verdaderos clásicos de la literatura universal. La décima oculta un regocijo, y todo aquel escritor que se solventa a interiorizarla queda preso de ella.

Dedica el autor de este admirable libro varios textos a hombres amantes de la décima, dentro de ellos algunos cubanos. No voy adjudicarle una estirpe a la décima, ni siquiera diré que los cubanos somos ya sus hijos legítimos, pero me aventuro a exponer que en Cuba se habla en octosílabos, y es precisamente el crisol de razas conformador del cubano, lo que le imprime el néctar que la hace acrecentar, y cada generación encuentra en ella un vehículo, un camino de expresar sus concepciones de la vida.

La décima, estrofa de diez versos manifestados: abbaaccddc. Con este prototipo se le imputa al poeta español Vicente Martínez Espinel, siglo XVI, y por gentileza se ha citado como espinela, hasta que se conoció la obra Mística Pasionaria, como precursora. Esto ha excitado a muchos investigadores, aunque para bien. Luis de Góngora también usó esta fórmula en el mismo tiempo, pero él no contaba con un representante o un discípulo, como Lope de Vega, que tanto alabó a Espinel. Los poetas del Siglo de Oro nos pusieron esta querida estrofa que sigue resplandeciendo en nuestras manos. La copla real también está integrada por diez versos octosílabos. En este caso, es la combinación de dos quintillas enlazadas, o de otras variedades. Sin embargo, la décima o espinela es un conjunto aparentemente cerrado, compuesto por una cuarteta, dos versos de enlace y otra cuarteta final, donde se logra la solución de la idea comenzada en la primera.

En Cantigas de caminante, juega un papel determinante la formación cultural del poeta, ella es la que signa la idioestética del texto. Moverse dentro de una estrofa aparentemente cerrada, como ya referí, vale el riesgo, si desde ella entramos en diferentes escenarios, sin que ello nos represente una imposibilidad en el discurso. En la décima, la gracia y el oficio imponen un sello natural en cada poeta. Cada cual desarrolla un estilo muy particular, se regodea dentro del verbo. Carlos Benítez lo logra: en este libro la décima respira un aire de esplendor y sagacidad, y hace trepidar a los lectores por la naturalidad con que se expresa. Yo guardaré este libro en mi mesa de noche porque son poemas que florecen con cada despertar. Lo invito amigo lector a vivir, reír y sufrir junto a este poeta que se abre como la suerte misma.

(*) Odalys Leyva Rosabal es poeta, narradora, investigadora y antóloga. Presidenta del grupo internacional de mujeres decimistas “Décima al filo”. Tiene varios libros publicados.

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